Si algo caracteriza la sociedad moderna es precisamente la progresiva digitalización de muchos de sus ámbitos. Las fotografías, las transacciones económicas, la información, etc., dependen ahora de los ordenadores y las redes, así como de los sistemas de almacenamiento masivo. Todo parece más rápido, más eficiente, pero hay quien se pregunta si un sistema de este tipo no es en realidad más vulnerable y menos seguro.
Sea como fuera, los promotores de la digitalización afirman que no hay motivos por los que preocuparse. Se aplican medidas de seguridad, y existen copias de respaldo a gran escala. Sin embargo, algunos analistas piensan que eso no es suficiente, y que nos dirigimos al desastre si, de algún modo, el sistema falla.
Esto puede parecer improbable, pero ya se habló de una situación parecida con el cambio de siglo y el famoso “efecto 2000”. En realidad, no ocurrió nada, a pesar de que existían fundadas razones para temer que los sistemas informáticos no supieran cómo gestionar el paso numérico del 1999 al 2000. Y no sucedió nada porque los gestores informáticos y las empresas hicieron los deberes. Implementaron medidas de seguridad y se aseguraron de que los programas respondieran como era debido a la situación planteada.
Ahora bien, ¿qué sucedería si algún acontecimiento ahora incierto pusiera en peligro toda la información, dejándola inaccesible? O peor aún, ¿qué pasaría si toda la información se borrase? ¿Qué pasaría con nuestros ahorros o nuestra información médica? ¿Qué ocurrirá cuando los actuales sistemas de almacenamiento se tornen obsoletos, como ya ha sucedido con cintas, disquetes y otros formatos?
Muchas personas ya no pueden escuchar sus viejos discos de vinilo porque se han quedado sin reproductor. Nos pasamos al medio digital con los CDs, pero nadie puede asegurarnos que este formato vaya a seguir siendo accesible durante mucho tiempo. Si su popularidad baja, por la disponibilidad de otros formatos, como el streaming de música y video (Spotify, etc.), los CDs podrían tener también los días contados.
Los sistemas magnéticos han ido apagándose con el tiempo. Cintas de casete y video han dejado paso a los CDs y los DVDs, donde también pueden almacenarse datos. Y los discos duros están siendo sustituidos por medios de estado sólido. Debería ser para bien, puesto que los sistemas magnéticos son efectivamente vulnerables a pulsos magnéticos intensos, como los de una explosión nuclear.
Una tarjeta perforada. Se utilizaban para comunicar con los ordenadores y almacenaban información y órdenes. (Foto: Wikimedia Commons)
Nuestro dinero ya no cambia de manos, viaja en forma de números entre cuentas y son los ordenadores los que lo manejan, rebajando costes y, se supone, aumentando la seguridad. La prensa, por su parte, emite sus noticias a través de internet, y el papel va siendo dejado de lado.
En esencia, pues, el volumen de datos almacenados, algunos de ellos muy valiosos, crece exponencialmente cada día que pasa. La digitalización parece imparable.
Pero hay gente preocupada por la vulnerabilidad del formato. Por ejemplo, si guarda las fotos de su boda en un disco compacto, ¿tiene usted la seguridad de que podrá acceder a ellas dentro de 50 años? ¿Podrá seguir accediendo a sus recuerdos cuando lo desee? Las fotos en papel se estropean, pero si no se destruyen siguen más o menos visibles. Un CD, aunque se mantenga en perfecto estado, es posible que no pueda ser leído por ningún equipo dentro de medio siglo. Nuestra alternativa: actualizar, mientras sea posible, el medio de almacenamiento a lo largo del tiempo, algo que llevará tiempo y que costará dinero. Pero si miramos al resto del mundo, globalmente, y aceptamos ese aumento exponencial de la cantidad de datos almacenados, se hace muy difícil pensar que vaya a ser posible transferir constantemente a nuevos soportes toda la información antigua que nuestra sociedad ha ido acumulando.
Ya se habla por tanto de una era oscura. A la obsolescencia de los sistemas de almacenamiento de datos se añade aquella de los programas usados para leerlos. Un programa moderno de procesamiento de textos apenas puede leer aquellos producidos hace décadas, cuando dichos programas acababan de salir al mercado. Un libro o un artículo inéditos, y por tanto valiosos, podrían quedarse para siempre inaccesibles. En cambio, aquellos escritos o impresos sobre papel, encontrados en algún cajón olvidado, aún pueden ser recuperados y publicados. Tanto es así que los escritores y periodistas bien harían en tener una copia impresa de todo lo que escriben o de lo contrario, cuando ya no estén en este mundo, sus discos podrían ya no ser accesibles por sus herederos.
Quien no quiera creerlo que piense en los videojuegos. A lo largo de su historia, se han producido verdaderas maravillas, y no importa lo viejos que sean, siguen siendo recordados. Sin embargo, con el desarrollo de la tecnología, muchos de ellos ya no pueden ser ejecutados en los nuevos ordenadores o consolas por diversas incompatibilidades. Estamos ante una pérdida irreparable, si no fuera por el desarrollo de emuladores y la transferencia de programas, a menudo conseguida por aficionados y por tanto, de uso apenas legal.
Una era oscura. O un agujero negro que absorbe todo lo (digital) que le rodea, impidiendo que, antes o después, podamos acceder a ello. Una situación ciertamente triste por cuanto estamos hablando de conservar la cultura humana y de todo aquello que nos convierte en una sociedad.
Parece pues evidente que hay que poner manos a la obra para prevenir que algo irreparable suceda. El problema es que la nueva tecnología avanza con una rapidez endiablada. Pocas personas estarán dispuestas a dedicar tiempo y dinero a mantener legibles sus datos (e incluso la administración podría tener dificultades en hacerlo).
Los historiadores, que necesitan de fuentes fiables y accesibles para realizar su trabajo, tiemblan ante el futuro que nos espera. Cuántas historias se han enriquecido gracias a la correspondencia del protagonista de una biografía. El correo electrónico actual ha sustituido a las cartas, y dicho correo es altamente perecedero.
Por otro lado, la vulnerabilidad de la información se incrementa si hay alguien que, voluntariamente, quiere acabar con ella. Borrar información digital es mucho más fácil que quemar un archivo tradicional, para aquellos que quieran ocultar hechos o situaciones interesadas.
Dado que se están invirtiendo cantidades enormes para digitalizar bibliotecas, censos, etc., sería mejor dedicar también algo de dinero para aumentar la seguridad de este material.
¿Qué pasaría si nuestros datos de la seguridad social desapareciesen de pronto? ¿Cómo cobraríamos nuestra pensión llegado el momento? La protección de esta información es pues imperativa. Hay que crear los mecanismos técnicos y presupuestarios para garantizar la disponibilidad ilimitada de los datos digitales. El futuro depende de ello.
Una forma de avanzar en este sentido es el uso de sistemas de código abierto, universal, y el progresivo abandono de sistemas propietarios, desarrollados por empresas que buscaban hacerse fuertes en un mercado pero que podrían desaparecer en cualquier momento.
Finalmente, tengamos en cuenta algo: la información digital es ya tan abundante que no puede almacenarse por completo. A pesar del aumento de la capacidad de los sistemas de almacenamiento, menos de la mitad estará guardada físicamente. El resto es completamente volátil.
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