Latinoamérica se está urbanizando a pasos agigantados, y desde el siglo pasado. Para 2050, se espera que un 90% de toda su población viva en ciudades. En Chile, Argentina, Uruguay y el sur de Brasil esta cifra se podría alcanzar a finales de esta década. Hoy, América Latina es la región más urbanizada en el mundo con un 80% de su población residiendo en ciudades, superando a la Unión Europea (74%) y al este de Asia (50%).
En contraposición a las ciudades europeas y a las estadounidenses, las urbes latinoamericanas son más pequeñas en términos de tamaño y área, pero tienen cifras similares de población. Esto se traduce en áreas urbanas con altas tasas de densidad poblacional, es decir, muchos latinos viven en zonas compactas. Esta realidad trae consigo múltiples desafíos y puede tener beneficios, pero durante la segunda mitad del siglo XX ambos no han fueron tomados en cuenta al momento de planificar y pensar la expansión urbana de esta región.
El Banco de Desarrollo de América Latina (conocido también como CAF) lanzó un estudio en el que explica por qué las ciudades latinoamericanas están fallando en capitalizar su densidad poblacional y el alto nivel de urbanización que tienen actualmente. Pero, ¿por qué ciudades más densas y con altas tasas de urbanización podrían beneficiar a sus residentes?
De acuerdo a la investigación, las aglomeraciones urbanas tienen el potencial de tener impactos positivos en sus residentes, impulsando sus economías y la productividad, dado que los servicios, los lugares de trabajo, el acceso a la cultura, las áreas verdes y las viviendas se encuentran cercanos los unos de los otros. Sin embargo, una mala capitalización de estas características solo se traduce en ciudades más congestionadas, contaminadas, segregadas y que crecen descontroladamente, una realidad no muy lejana a la que ya se vive en varias urbes del continente. Es decir, la densidad mal aprovechada puede ser un verdadero desastre.
Para los investigadores, las ciudades latinoamericanas han fallado en cuatro pilares fundamentales: una deficiente planificación urbana, un transporte público que no fomenta la movilidad, un mercado inmobiliario rígido y con poco acceso a créditos hipotecarios; y la inexistencia de una gobernanza metropolitana que unifique y no fragmente o segregue a la ciudad.
“Todo estos factores suman una complejidad que requiere capacidades, nuevas instituciones metropolitanas, y coordinación no solo entre los gobiernos locales, sino con los gobiernos nacionales también”, dice Pablo Sanguinetti, coautor del estudio y director corporativo de Análisis Económico y Conocimiento para el Desarrollo de CAF.
Una urbe que crece sin control –carente de algún tipo de ordenamiento o planeación urbana– cae fácilmente en los obstáculos que hoy ahogan a las ciudades latinoamericanas. “La capacidad de las ciudades de aumentar la productividad, la riqueza y el bienestar en mayor proporción que el tráfico, la contaminación, el crimen, la informalidad y la pobreza depende de las políticas públicas, y que estas logren aprovechar los beneficios de la urbanización”, dice el estudio. Ciudad de México es un ejemplo de ello. Según el reporte, la capital mexicana impulsó la construcción de viviendas sociales –a principios de los años 90– en áreas bastante alejadas del centro de la ciudad y destinó suelo para uso residencial. La escasa accesibilidad a centros de empleo, un transporte público inexistente y la baja cobertura de servicios básicos han “generado bastantes ineficiencias” que se arrastran hasta el día de hoy.
“El mayor tema pendiente es el de la planificación urbana”, dice Sanguinetti. “En manejo de suelo estamos muy rezagados. Aún no existen las capacidades y hace falta fortalecerlas”.
De igual forma, el transporte público y las redes de movilidad son fundamentales para capitalizar la densidad de las ciudades latinoamericanas. Como ventaja, las urbes de la región son más pequeñas y más densas que las europeas o estadounidenses, por ende sus tiempos de viaje deberían ser menores. Sin embargo, los traslados son muchísimo mayores que en el mundo desarrollado dada la inadecuada infraestructura vial y rodante. Según el Banco, el latinoamericano tarda 40 minutos en promedio desde su casa al trabajo; mientras que en ciudades como São Paulo, Lima, Bogotá y Ciudad de México, un 25% de la población se demora al menos una hora en llegar a trabajar.
Esto se refleja en la insatisfacción que los latinoamericanos tienen con el estado del transporte público de sus ciudades:
Es indispensable, según el estudio, que las ciudades mejoren la calidad, accesibilidad y extensión del transporte público, ya que casi un 40% de los latinoamericanos usa ese medio de transporte para moverse dentro de la ciudad. Mientras tanto, un 22% usa el transporte privado y un 26% camina. En Estados Unidos, donde las ciudades son más extensas territorialmente, 9 de cada 10 personas usa el automóvil para desplazarse.
Otro tema importante es el acceso a mecanismos que permitan comprar una casa o una vivienda permanente. América Latina tiene los índices más bajos en cuanto al acceso al crédito, cercanos a un 8%; mientras que en Estados Unidos y Europa esa cifra alcanza 37% y 70%, respectivamente. De igual manera, para el latinoamericano es muchísimo más difícil comprar una vivienda gracias a los altos precios de las mismas y los salarios –muchas veces insuficientes– que existen en los mercados laborales, sobre todo para los sectores más vulnerables y de bajos ingresos.
A medida que más personas de la región migran desde el campo a las ciudades, existe una mayor demanda de vivienda. De no ser abordada, esta se transformará en un grave problema si el mercado inmobiliario no se flexibiliza y se hace más asequible a través de, por ejemplo, la construcción de viviendas sociales o la facilitación de créditos hipotecarios. Hoy en las ciudades latinoamericanas ya viven casi 113 millones de personas en asentamientos informales según ONU Hábitat, pero esta cifra podría crecer. Otra alternativa es que esta nueva población termine en viviendas que no cumplen con estándares mínimos de construcción o calidad.
Ahora bien, ¿cómo las ciudades pueden mejorar, colectivamente, los tres problemas propuestos anteriormente: transporte, vivienda y planificación? La solución, según los investigadores, la existencia de una alcaldía o gobierno metropolitano. Este organismo es esencial para llevar a cabo las transformaciones que las urbes latinoamericanas necesitan para enmendar el errático camino de su crecimiento urbano.
América Latina y sus ciudades, una vez más, se quedan atrás en comparación a otras urbes de países ricos, como aquellos miembros de la OCDE.
Santiago de Chile –una ciudad capital con más de 7 millones de habitantes en su área metropolitana– aún no cuenta con una figura de estas características, y se encuentra fragmentada en 37 comunas. Buenos Aires, si bien tiene un jefe de gobierno que funciona con las atribuciones de un alcalde metropolitano, sólo ejerce su autoridad para 2,5 millones de habitantes, de los casi 14 millones que tiene toda el área metropolitana. Y en Lima, esta ausencia se siente en una serie de problemas prácticos y de coordinación de proyectos, como ya hemos comentado antes.
Al fragmentar y segregar la administración de una metrópolis, la coordinación de políticas se hace más difícil y compleja. Las ciudades pierden, en gran medida, la capacidad de generar iniciativas que beneficien a la urbe como un todo, y los procesos de aprobación y gestión, como también el manejo del presupuesto, se hacen más lentos e innecesariamente burocráticos.
“Aún estamos a tiempo de enmendar el camino. Para hacer las cosas bien siempre hay tiempo. Y creo que los países van evolucionando, aunque tome tiempo adquirir las capacidades para mejorar”, dice Sanguinetti.
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