Louise Osborne
El plástico se ha convertido en uno de los mayores enemigos del medio ambiente. En poco más de medio siglo, hemos producido 9.000 millones de toneladas en todo el mundo. Y aunque somos cada vez más conscientes de cómo nuestras carreteras y ríos se encuentran bajo un vertedero de basura y cómo afecta a la vida marina, incluso terminando en nuestra comida, el plástico es más omnipresente que nunca.
Lo mismo ocurre con el dióxido de carbono, que contamina nuestro aire, calentando el planeta y aumentando el nivel del mar. Sabemos que las sequías, inundaciones y tormentas devastadoras son la consecuencia y, sin embargo, continuamos conduciendo vehículos que emiten gases, volando cuando queremos, calentando, cocinando y fabricando con combustibles fósiles.
Si todos estos problemas pueden ser resueltos simplemente rompiendo con los viejos hábitos, la gran pregunta es ¿por qué no lo hacemos? Conservacionistas y activistas del cambio climático están trabajando con científicos del comportamiento para tratar de encontrar una respuesta.
A pesar del daño que el dióxido de carbono está causando al clima, nos está resultando difícil abandonar el uso del coche.
¿Perder o ganar?
Elke Weber, profesora de energía y medio ambiente de la Universidad de Princeton, cree que una razón podría ser el rechazo humano a la pérdida. Esa teoría sugiere que nos vemos más afectados cuando perdemos, o tenemos que separarnos de algo, que cuando ganamos.
En términos medioambientales, eso significa que el impacto positivo que nuestro cambio de comportamiento tendría en el planeta es menos importante para nosotros que la pérdida de nuestras libertades personales, como la decisión de conducir un coche.
"Las investigaciones han demostrado que el miedo a perder algo se siente de forma dos veces más intensa que la ilusión de obtener algo”, aclara Weber a DW, añadiendo que la gente se frena porque no hay un efecto inmediato visible a su acción positiva. Por ejemplo, cuando se trata de la protección medioambiental, sólo las generaciones venideras percibirían un impacto.
"Es algo muy abstracto, mientras que el esfuerzo que habría que hacer hoy en día es muy real”, añade Weber.
Jugando con las emociones
Hasta ahora, las organizaciones conservacionistas y ambientales han apelado, sobre todo, a la razón para tratar de convencer a la gente de poner en práctica cambios positivos. Hoy en día, esta estrategia se utiliza cada vez menos porque no ha tenido los resultados esperados.
Los gobiernos han realizado esfuerzos para combatir la producción de plástico, pero los ambientalistas creen que no es suficiente.
La organización conservacionista estadounidense Rare, por ejemplo, ha creado recientemente un Centro para el Comportamiento y el Medio Ambiente. Su objetivo es desarrollar e integrar los conocimientos de la ciencia del comportamiento en la protección medioambiental.
"Somos una especie muy emocional. Nuestras emociones a menudo tienen una influencia mucho mayor en la toma de decisiones que el conocimiento o la razón”, explica Kevin Green, director del Centro Rare. "Al mismo tiempo, estamos fuertemente influenciados por el contexto o entorno en el que tomamos la decisión”, añade.
Compromiso grupal
Para promover un cambio social, Rare trabaja directamente con las personas afectadas. A menudo se trata de crear un sentimiento comunitario en el que la gente puede sentirse orgullosa de haber logrado algo.
La organización ha trabajado, por ejemplo, con pescadores locales en países como Filipinas, Brasil y Mozambique. Su labor allí ha sido ayudar a establecer cooperativas para prevenir el colapso de las pequeñas empresas pesqueras locales.
"Los peces son un recurso limitado pero renovable en el agua, que los individuos están cosechando a un ritmo que excede su capacidad de renovación”, explica Green. A diferencia de los pescadores que salen solos a pescar en "una carrera por capturar el último pez”, las cooperativas dan lugar a una forma de presión positiva. En estas sociedades, los pescadores establecen normas, como cuotas y zonas de prohibición de pesca, que dan a las poblaciones de peces la oportunidad de recuperarse. Esfuerzos similares para imponer restricciones habían sido ineficaces hasta la fecha, ya que los pescadores que violaban las prohibiciones no tenían que temer por perder su reputación, según Green.
"Pero si podemos hacer que el buen comportamiento sea más observable, podemos promover una identidad como buen pescador en la comunidad. Y obviamente, es más probable cumplir con eso”, explica.
Rare está ayudando a pescadores locales de países, como Filipinas, a trabajar juntos para lograr cambios ambientales positivos.
Desafiando al sistema
Cambiar el comportamiento individual también se considera un aspecto importante en la lucha contra el cambio climático. En los últimos años, la huella de CO2 de cada ser humano se ha situado cada vez más en el centro de las campañas de protección climática. Todo el mundo debería hacer más por la protección del clima, reciclar más, comer menos carne o montar en bicicleta en lugar de conducir un coche.
Sin embargo, algunos críticos consideran que estos esfuerzos individuales tienen poco impacto y que corresponde a los responsables políticos introducir leyes más rigurosas, y a las empresas ser más proactivas.
Algunos gobiernos han tomado medidas provisionales. El Reino Unido, por ejemplo, introdujo una tarifa para las bolsas de plástico en las grandes superficies, una medida que ha provocado una caída del 90 por ciento de su consumo. Por otro lado, la Unión Europea presentó recientemente una nueva estrategia para tratar los residuos plásticos. Noruega y China son sólo dos de los muchos países que han anunciado planes para prohibir los automóviles de gasolina en un futuro.
Los gobiernos que planean una estrategia de protección climática y se comprometen con la acción pueden establecer una gran diferencia, según Cara Pike, directora ejecutiva de Climate Access, una organización sin ánimo de lucro enfocada a la creación de apoyo para las soluciones climáticas.
"Esto atrae la atención mediática y hace que percibamos que nuestros gobiernos se ocupan de ello. De esta manera, se convierte en un tema con el que tenemos que tratar”, dice Pike.
No es suficiente con pedalear, necesitamos impulsar cambios sistémicos, como la introducción de carriles bici, según Karen O' Brien.
El enfoque de abajo hacia arriba y viceversa
No obstante, algunos ambientalistas se preguntan si todo esto es suficiente. Karen O' Brien, profesora de geografía humana de la Universidad de Oslo, argumenta que también es nuestra responsabilidad presionar desde abajo a los gobiernos para que lleven a cabo impactos significativos.
"No sólo se trata de clasificar la basura o montar en bicicleta. Podemos asegurarnos de que existan carriles bici o sistemas de reciclaje”, dice O' Brien a DW. De este modo, "debe haber movimiento tanto de abajo hacia arriba como de arriba hacia abajo. Y tenemos que ejercer una influencia sobre ello”.
Según O' Brien, para ello la gente debería de ser políticamente más activa. Según la profesora, la sociedad tiene más poder del que piensa. No sólo en relación con los políticos, sino también en su comunidad y más allá.
"Cuando el 10 por ciento de la población lucha por algo, es suficiente para volcar a todo el sistema”, dice. Pero este cambio no se está produciendo con la suficiente rapidez.
Elke Weber, por otra parte, cree que la clave para alentar y acelerar los diferentes cambios de comportamiento es mostrar a la gente lo positivo en la lucha contra el cambio climático, demostrando que no es un problema insuperable.
"La mayoría de las veces escuchamos historias de catástrofes”, afirma. "Pero también necesitamos modelos positivos que muestren cómo podría ser un futuro mejor y cómo podemos conseguirlo”, concluye.
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