Por Nelson Freitez
@nefreitez
Este sugerente título identificaba una publicación del Centro de Estudios para el Desarrollo (CENDES-UCV) editada a inicios de los años 70 del siglo pasado, que contenía una síntesis de sus investigaciones sobre rasgos del liderazgo venezolano en el contexto de los desequilibrios presentes en la vulnerable y contradictoria sociedad que aún seguimos siendo. Una de las variables sobre las cuales se centró este estudio de las élites venezolanas, fue su grado de conexión con las bases de la sociedad y los niveles de consenso y conflicto que se vislumbraban entre éstas.
Revisar algunas conclusiones de esta investigación es ahora muy pertinente después de varios años de la desaparición física del “hiperlíder” del proceso bolivariano, que dejó huérfano de conducción política a este segmento dominante del Estado. Y más en esta hora, en la que virtualmente implosiona la plataforma de encuentro de los liderazgos opositores.
El estudio enfatiza en la naturaleza de la crisis recurrente de una sociedad altamente susceptible a los vaivenes del mercado internacional del petróleo, que no logra hacer sostenible su aparato productivo ni la gobernabilidad para estabilizar su sistema político. Argumenta que Venezuela presenta la situación típica de sociedades en disociación del poder y además en conflicto creciente y sin consenso entre sus élites.
Tales rasgos del liderazgo nacional siguen presentes entre las actuales élites, tanto en el poder del Estado como en la oposición política. La desconexión entre dirigentes y bases de la sociedad, que se vinculan casi exclusivamente a través de medios masivos de comunicación y en campañas electorales, se agudiza en ambos conglomerados, Lo cual se exacerba en Venezuela dada la aguda, generalizada y perversa dinámica clientelar ya estructural, que ha asignado a la población un rol receptivo, pasivo y dadivoso que termina inhibiéndola para iniciativas propositivas, emprendedoras y menos decisorias en cualquier espacio de la gestión pública y política.
Nuestros liderazgos partidistas tienen algunas patologías recurrentes y comunes. Por un lado, la élite psuvista que ha construido una poderosa maquinaria para manipular la distribución de alimentos y controlar a millones de familias desesperadas por la escasez y la inflación, haciendo simulacros electorales amañados en función de consolidar una muy falsa legitimidad con respaldos cada vez más artificiales y efímeros. Una relación perversa con sus bases marcadas por el control electoral de su necesidad alimentaria, algo inédito como manipulación partidista en el país.
Por otra parte, en los factores partidistas de la oposición el divorcio élites-bases es evidente, al extremo que mayorías electorales opositoras contundentes desaparecen al cabo de poco tiempo, en parte producto de desaciertos de una dirección política que no es capaz de interpretar sus aspiraciones y los mandatos que le confiere en los eventos electorales. Como evidencia, el olímpico olvido de los resultados de la ´Consulta Popular´ del 16J y la subestimación del tema definitivo de la crisis humanitaria, nunca plenamente asumido por esa dirigencia, a pesar de su absoluto dramatismo y urgencia.
Una de las razones que puede contribuir a explicar el extravío generado por la desconexión señalada, es la tozuda aspiración presidencial que anida obsesivamente, sobre todo en el liderazgo opositor, el cual experimenta desde hace décadas una frenética lucha por la hegemonía en ese universo del país. Más que discusión sobre programas de cambio o sobre estrategias políticas, la competencia se centra en las figuras políticas. Tales figuras más que refrendarse ante las bases de la sociedad, lo hacen al interior de sus aparatos partidistas y en la relación entre éstos, en una suerte de vida intrauterina con limitada conexión con la cotidianidad de la población. Todo lo cual reitera la dramática persistencia en nuestro sistema social del extremo personalismo como elemento definitorio de nuestra dinámica política.
En el mundo psuvista, el “hiperliderazgo” lo condujo a la deriva dictatorial en la que ha desembocado. Hoy carente del ´timonel´ que imponía sin disputas su voluntad y dirigido por una élite militar y civil que conduce un vaciado aparato partidista carente de debate y participación de las bases. Y unos herederos del “Comandante Supremo” investidos como líderes del “proceso” por la voluntad de un líder agónico que los impuso con su última palabra como testamento político.
En fin, las élites que hoy dirigen y se disputan la hegemonía en la dirección de la sociedad venezolana, en su gran mayoría se encuentran tan al margen de las muy deterioradas condiciones de nuestra economía y nuestra población, que el debate público que generan no se centra en programas y políticas para superar tales cuadros, sino están centradas en las figuras políticas que aspiran la dirección del Estado. Aún persiste la creencia que un líder mesiánico podrá resolver los graves problemas de la sociedad como en siglos anteriores. Toda una evidencia que las décadas pasan pero El Fracaso de las Élites persiste.
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