Los partidos políticos en perspectiva comparada: legitimidad y crisis en tiempos inciertos

By José Antonio Gil Celedonio|Sep. 21st, 2017

El pluralismo político ha devenido uno de los pilares fundamentales de los sistemas políticos democráticos. Este hecho, que no es sino un reflejo de un la pluralidad de intereses sociales previamente existentes, ha contribuido a que diferentes instituciones mediadoras entre ambas realidades hayan cobrado paulatina importancia, llegando tal situación a un punto en el cual incluso podemos encontrarnos con un profundo reflejo constitucional de algunas de ellas. Prueba de ello es que diferentes constituciones contemporáneas otorgan un papel institucional privilegiado a instituciones tales como las organizaciones profesionales, los sindicatos o, concretamente, a los partidos políticos. A la relevancia de estas organizaciones mediadoras en el funcionamiento de los sistemas políticos, según la cual la doctrina no ha dudado en denominar nuestros sistemas como Estados de Partidos o sistemas de partidos cartel, dedicaremos las siguientes reflexiones.
El primer problema de índole conceptual lo encontramos al tratar de dar una definición, siquiera de mínimos, de lo que es un partido político, puesto que los análisis objetivos (según se califique a la cosa por las funciones que desempeña) y subjetivos (según se la defina de acuerdo con los miembros de la que se compone) hacen que sea necesario conjugar las vertientes sociológica y politológica con una visión histórica lo suficientemente informada. Así, siguiendo a Duverger, la diferenciación básica entre un grupo de interés con unas ciertas pretensiones (lo que se ha venido denominando tradicionalmente “facción”) y un partido político podemos encontrarla en el grado de estructuración: un partido requiere, aun cuando esta sea débil (como en el caso de los grandes partidos de los Estados Unidos de América o de algunos sistemas políticos latinoamericanos), de una cierta organización que lo dote de una estructura interna que le permita organizar la acción política, seleccionar (o, al menos, preseleccionar) a los cuadros y aporte estabilidad a su funcionamiento. Por tanto, un armazón que aporte el marco. En similares términos se manifiesta Panebianco al considerar que, ante todo, los partidos son organizaciones, y, por tanto, se definen y se diferencian de otras categorías por su dinámica estructural interna, siguiendo las consideraciones de autores pioneros como Michels u Ostrogorsky.  Sartori añadirá que al partido político se lo diferencia respecto de la facción según una cosmovisión teórica que tiene más que ver con su relación con el conjunto que con su propia naturaleza, en tanto la facción es una “parte contra el todo, en lugar de partes del todo”, por lo que se ha requerido de un fuerte recorrido intelectual hasta encontrar que los partidos son piezas intrínsecamente relacionadas con ese pluralismo cultural y social del que ya hablásemos. En cualquier caso, y en sentido histórico, esta relación con un pluralismo que antecede a la institución político permite afirmar a Cotarelo que, lato sensu, “los partidos políticos son uno de los resultados de la quiebra de la sociedad tradicional, de la transición a la sociedad industrial”, primero genuinamente occidental y luego difundida por otras realidades geopolíticas durante el siglo XIX. Como síntesis de distintas visiones, la definición mínima del partido político engloba los siguientes aspectos: se trata de una asociación de individuos unida por la defensa de unos intereses, organizada internamente por una estructura jerárquica con afán de permanencia y cuyo objetivo sería alcanzar el poder político, ejercerlo y llevar a cabo un programa político. Desde que triunfasen las tesis favorables a la idea representativa, el rol de los partidos como mediadores esenciales de la participación política los ha ido definiendo como entidades que, en los sistemas democráticos, cumplen con una serie de funciones diversas, entre las que pueden destacarse las de entes de socialización política, organizadores y movilizadores de la opinión pública, representantes institucionales de la ciudadanía y, especialmente, en un sentido amplio, legitimadores del conjunto del sistema político, lo que explica su presencia privilegiada en el proceso político, en el sistema electoral y también en el ámbito de la comunicación política.
No obstante, la crisis económica y sus consecuencias sociales han incidido directamente en la legitimidad con la que los partidos políticos desarrollan hoy las funciones anteriormente señaladas. Como ponen de manifiesto diferentes indicadores de la opinión pública, la situación política es evaluada de forma muy negativa y, con ella, la percepción pública de que los partidos políticos son causa y no solución de los problemas se ha disparado. Este rechazo de parte de la sociedad al instrumento esencial de los modelos de democracia representativa ha encontrado su manifestación más evidente en nuevos comportamientos políticos que se dan alrededor de, por seguir la exitosa estructura analítica marcada por Lipset y Rokkan en su célebre Party Systems and Voter Alignments de 1967, un nuevo cleavage entre partidos tradicionales y partidos antisistema, caracterizados por un populismo ciertamente aideológico que explicita un relato de sociedad basado en la existencia de dos espacios socio-políticos diferenciados: uno ocupado por las élites, culpables de la situación, y otro ocupado por el resto de la sociedad (que, según los ribetes ideológicos concretos de cada partido de esta naturaleza, será denominado de forma distinta), que sufre de exclusión y de la mala gestión apropiativa de las élites. Si bien es cierto que el auge electoral de partidos como el Movimiento Cinque Stelle en Italia, el Front National de Francia o Alternative Für Deutschland en Alemania es un indicador muy fuerte para seguir este razonamiento teórico, los estudios comparados explicitan el potencial explicativo que las consecuencias de la globalización tienen en la reconfiguración de los sistemas de partidos en las sociedades actuales.
En este sentido, y ya antes del estallido de la gran recesión a partir de 2008, Kitschelt argumentará que, en aquellas sociedades postindustriales en las que la globalización ha promovido una gran apertura de sus estructuras económicas al comercio internacional, las preferencias políticas de los ciudadanos han virado, obligando a situarse a los partidos tradicionales en nuevas coordenadas de un espacio político definido, en primer lugar, por el tradicional cleavage entre trabajo y capital, esto es, el eje izquierda-derecha; y, en segundo lugar, por una cleavagemás sociocultural, relacionado con el modelo de sociedad abierta. En sus propias palabras, “hay una rotación de los principales ejes de la distribución de preferencias en la que deja de haber una afinidad natural entre el “izquierdismo” económico y el “liberalismo” sociocultural o entre el “derechismo” económico y el “autoritarismo” sociocultural”. Estas tesis sobre el papel distorsionador de la globalización y sus impactos socioeconómicos ha sido apoyada, posteriormente, por investigaciones comparadas como la que Kriesi, Grande, Lachat, Dolezal, Bornschier y Frey llevaron a cabo sobre los sistemas políticos de Austria, el Reino Unido, Francia, Alemania, Países Bajos y Suiza, en la que apuntan que, además de los cambios en el ámbito de las relaciones internacionales, también las pautas políticas del espacio nacional se han visto atravesadas por una nueva fractura que divide entre “winners” y “losers”, según vean afectadas de forma positiva o negativa sus posiciones socioeconómicas y laborales ante fenómenos como la competitividad sectorial internacional, las llegadas de inmigración de terceros países con hondas diferencias culturales o el influjo de las organizaciones internacionales en la vida política cotidiana de carácter doméstico. En relación con este último aspecto, el de las influencias de las organizaciones internacionales en la vida política doméstica, las sociedades políticas europeas se ven atravesadas, además, por una fractura que se asocia a otros elementos ya señalados como es la que surge según las actitudes ante el rol que la Unión Europea debe jugar en el sistema político nacional, dividiéndose entre europeístas (defensores de la integración y, por tanto, las cesiones de soberanía nacional hacia una supranacionalidad quasi federal), euroescépticos (aquellos que defienden una mayor capacidad de los Estados-nación para gestionar su espacio político y un menor papel de la Unión en estos asuntos) e incluso eurófobos (aquellos que abogan abiertamente por una vuelta a lo nacional), como muestra la comparativa que lleva a cabo Rodríguez-Aguilera de Prat en relación con tres partidos nacionalistas de tres Estados Miembros distintos, en los que al posicionamiento en los cleavages clásicos, ya mencionados, se suma este . Del entrecruzamiento de estas coordenadas pueden explicarse actitudes tan poco comprensibles (al menos teóricamente) como la tibieza del Labour Party ante la integración europea (y lo que ello ha supuesto para la operación política del Brexit) o el papel fuertemente altereuropeísta (en el mejor de los casos) de partidos como Die Linke en Alemania o el Bloco de Esquerda en Portugal.
En definitiva, el análisis de los partidos políticos ha de realizarse hoy en condiciones marcadas siempre por la incertidumbre y por un constante proceso de redefinición ideológica ante una sociedad que va cambiando vertiginosamente y, por tanto, cuyas preferencias políticas han mutado considerablemente en los últimos tiempos. Es por ello que cobra especial importancia el análisis comparado, sin perder de vista que las particularidades de determinados espacios socio-políticos revisten, en muchas ocasiones, un carácter coyuntural que no puede escapar de los cambios estructurales que hacen que certezas pasadas hoy se tornen borrosas en entornos volátiles que explican fenómenos tan diversos como la victoria de Donald Trump en las recientes elecciones presidenciales norteamericanas o la encrucijada en la que se encuentran los otrora poderosos partidos socialdemócratas de las democracias parlamentarias europeas.


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