El 4 de enero de 1914, Henry Ford era un próspero mecánico que se había convertido en emprendedor dentro de la floreciente industria automovilística de Detroit –escribió mi colega de Wharton, Daniel Raff–. Sus coches eran muy populares, pero, por regla general, el mundo no conocía su nombre, salvo porque el Modelo T se vendía bajo su denominación». Al día siguiente, hacía el típico frío de Detroit. Henry Ford y James Couzens, su vicepresidente, estaban a punto de hacer un anuncio sin precedentes: la Ford Motor Company iba a duplicar el salario de sus empleados hasta los cinco dólares diarios. Hoy, aquella cifra equivaldría a 126 dólares, o catorce dólares la hora en una jornada de trabajo de nueve horas, casi el doble del salario mínimo federal para 2019, que era de 7,25 dólares la hora. «La fiebre del oro empieza con la oferta de cinco dólares de Ford», podía leerse en el titular del Times Star de Detroit. «Miles de hombres buscan trabajo en la fábrica de Detroit. Repartirá diez millones de dólares en pluses semimensuales. Ningún empleado recibirá menos de cinco dólares al día».
«Una viñeta de The New York Globe and Commercial Advertiser –cuenta Raff– ilustra muy bien una faceta de la reacción popular a la noticia. Un grupo de hombres con evidente sobrepeso, que llevan sombreros de copa, abrigos con cuello de pieles y que fuman puros, hacen cola en la ventanilla donde reparten el jornal. Otro caballero está sentado en el asiento trasero de un coche con chófer. «Hawkins –le dice–, ¿puedes tratar de acercarte a la ventanilla y recoger mis nóminas? La verdad es que me olvidé del asunto la semana pasada». El Día de los Cinco Dólares catapultó a Henry Ford a la fama mundial. «El plan estadounidense; prosperidad automovilística que se filtra hacia abajo desde lo más alto –escribió John Dos Passos en su novela El gran dinero, de 1933–. Pero esos cinco dólares al día pagados a esos buenos y decentes trabajadores estadounidenses, que no beben, ni fuman, ni leen ni piensan […], convirtieron a Henry Ford, el magnate del automóvil, el admirador de Edison, el amante de los pájaros, en el gran estadounidense de su tiempo».
«Como Henry Ford, Jeff Bezos escogió una cifra redonda por su fuerza simbólica: 15 dólares la hora»
Los ingenieros de Ford habían modernizado y estandarizado el proceso de montaje. Habían encontrado la forma de recortar el tiempo de fabricación del Modelo T de doce horas a solo 93 minutos. Tanta eficiencia se tradujo en una contracción significativa de la jornada laboral, y los trabajadores se aburrían. Como resultado, la rotación de personal se disparó hasta el 370 %, lo que significaba que, en el plazo de un año, la empresa tenía que contratar a cuatro trabajadores diferentes para cubrir las posiciones de la línea de montaje. «Ford llegó a la conclusión de que una nómina más abultada podría convertir el tedio de la fábrica en algo más tolerable», podía leerse en The Henry Ford, una publicación que promociona las aportaciones de Henry Ford a la innovación en Estados Unidos.
En su investigación, Raff no encontró «ninguna prueba de que la empresa tuviera la menor dificultad para cubrir las vacantes». Además, la oferta de Ford no era un simple aumento de sueldo; más bien era un plan de participación en los beneficios, por medio del cual el trabajador recibía una bonificación si cumplía ciertos requisitos y objetivos de rendimiento. Según The Henry Ford, la empresa creó un infame departamento sociológico para «monitorizar las costumbres de sus empleados lejos de su lugar de trabajo». Para poder optar al Día de los Cinco Dólares, «los trabajadores tenían que abstenerse de beber alcohol, no infligir maltratos físicos a su familia, no aceptar huéspedes en casa, mantener limpia su vivienda y realizar aportaciones regulares a una cuenta de ahorro».
Este enfoque tan paternalista en la gestión de la mano de obra era en realidad bastante habitual en la época. «Los inspectores de la Ford Motor Company iban a las casas de los trabajadores, hacían una serie de preguntas para tantear la situación y observaban las condiciones generales de vida». El primer desarrollo cultural y económico de la clase media estadounidense le debe mucho a la visión de Henry Ford. Permitió crear una gran clase de consumidores, que deseaban adquirir bienes producidos en masa como los que él fabricaba.
«El apoyo a una renta básica universal no deja de aumentar a ambos lados del Atlántico»
Avancemos en el tiempo hasta el 2 de octubre de 2018, el día en que Amazon anunció que pagaría a todos sus trabajadores –a tiempo completo, parcial, estacionales y temporales– un mínimo de quince dólares la hora, más del doble del salario mínimo federal. La empresa, que da trabajo a un cuarto de millón de personas a lo largo del año (y a 100.000 empleados adicionales durante la temporada de vacaciones), ha recibido numerosas críticas por sus prácticas en materia laboral. Con el aumento de sueldo, la empresa «escuchaba a sus críticos», según su consejero delegado, Jeff Bezos, y «decidía querer liderar». Como Henry Ford, el hombre más rico de su tiempo escogió una cifra redonda por su fuerza simbólica. Incluso el senador Bernie Sanders, que había presentado en el Congreso su «ley para frenar a Bezos», alabó la decisión: «Hoy, quiero otorgar un reconocimiento cuando el reconocimiento es merecido. Y quiero felicitar al señor Bezos por hacer precisamente lo que es correcto».
Pensemos en las similitudes y las diferencias entre los mundos de Ford y Bezos en el momento en que tomaron sus respectivas decisiones. Aunque la tasa de paro era del 14% en 1914 y solo del 4% en 2018, el contexto era similar, en el sentido de que los trabajadores y las empresas estaban asimilando unos cambios tecnológicos espectaculares. Ni Ford ni Bezos perdieron de vista el crecimiento en ningún momento, pero ambos estaban dispuestos a hacer concesiones para evitar la amenaza de una mano de obra organizada.
Y ambos querían reducir la rotación de la plantilla. La jugada de Ford desencadenó un efecto dominó en el sector automovilístico, y el auge de la clase media en Estados Unidos es, en gran medida, el resultado de la idea de que los trabajadores también actúan como consumidores. Tristemente, si partimos de una jornada laboral de ocho horas, el Día de los Cinco Dólares de Ford de 1914 equivale a 15,69 dólares la hora en 2018, después de ajustar la inflación; 69 centavos más que los quince dólares la hora de Amazon. En cualquier caso, muy pocas empresas están dispuestas a subir los sueldos de manera unilateral.
«Una transferencia de dinero universal y permanente no reduce de forma significativa el total de empleados»
Mientras ciertos segmentos de la vieja clase media empiezan a sufrir un evidente empobrecimiento, el apoyo a la propuesta de que el Estado proporcione una renta básica universal no deja de aumentar a ambos lados del Atlántico. La idea tiene bastantes seguidores en Europa y Canadá. En Estados Unidos, en cambio, muchos la consideran una especie de herejía y una forma de socialismo. Según Nathan Heller, redactor de The New Yorker, un programa del Estado que ofreciera a cada familia una renta mínima «suficiente como para poder vivir –al menos, en algún lugar de Estados Unidos–, pero que no se acercara a lo necesario para vivir bien» no solo ha cobrado fuerza entre los expertos, sino también entre los líderes sindicales. Hasta los libertarios la apoyan, ya que consideran que es una forma de limitar la burocracia del Gobierno y de reducir los programas de bienestar social.
En contraposición a la actual variedad de programas de atención social, en los cuales los funcionarios públicos deben decidir quién se merece cada tipo de ayuda y gestionar los fondos asignados, la universalidad de esta clase de renta reduciría gastos y eliminaría trabas burocráticas. También marca un «límite presupuestario rígido», en el sentido de que, una vez que se establece una renta determinada por familia o persona, ya sabes cuánto va a costar todo el programa. De hecho, el economista libertario Milton Friedman propuso un «impuesto de la renta negativo» (una paga ofrecida por el Estado a aquellas personas por debajo de un determinado nivel de ingresos) en su libro Capitalismo y libertad, publicado en 1962.
La administración Johnson encontró la idea tan atractiva que decidió poner en marcha un programa piloto en Nueva Jersey, cuyos resultados generaron más preguntas que certezas. Otros expertos apoyan la idea de una renta mínima garantizada por el Estado porque amortiguaría los efectos negativos del desempleo tecnológico en una economía orientada al consumo; una tendencia que no va a dejar de aumentar desde el momento actual al año 2030. «Hay bastantes posibilidades de que terminemos con una renta mínima universal, o algo parecido, debido a la automatización –dijo Elon Musk en 2016–. No estoy seguro de qué más podría llegar a hacerse».
Según una encuesta realizada por Gallup en febrero de 2018, los estadounidenses estarían divididos en dos grupos idénticos a la hora de valorar si la renta mínima universal es una buena idea o no. Los críti os temen que reduciría los alicientes para ser productivos, y socavaría el orgullo y la satisfacción que la gente obtiene al hacer su trabajo. «Creo que hay una cierta dignidad en el trabajo», defiende el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz, que suele alinearse con las políticas de corte progresista. También hay dudas sobre si ayudaría a la economía. El Instituto Roosevelt, un laboratorio de ideas de inspiración izquierdista, argumenta que, si se financia a través de los impuestos, una renta básica universal no reportaría ningún beneficio en cuanto al crecimiento económico. Pero hay otras ventajas potenciales. Un programa piloto en Ontario, Canadá, para personas solteras que ganaban menos de 26.000 dólares anuales (36.500 dólares para las parejas) descubrió que los receptores de la ayuda se sentían empoderados, menos ansiosos, más conectados socialmente y con una mayor capacidad de invertir en educación y en la búsqueda de un empleo.
«Curiosamente, la prestación reduce la pobreza pero incrementa la desigualdad»
Quizá Alaska pueda proporcionarnos la prueba definitiva sobre sus costes y beneficios. Desde 1982, los residentes en Alaska reciben un dividendo anual del Fondo Permanente de Alaska, que se financia con los ingresos del petróleo que obtiene el Estado. En 2018, el desembolso fue de 1.600 dólares. Un riguroso estudio publicado por el Departamento Nacional de Estudios Económicos no encontró la menor prueba de que el dividendo disuadiera a nadie de ir a trabajar. «Una transferencia de dinero universal y permanente no reduce de forma significativa el total de empleados». Mouhcine Guettabi, economista en la Universidad de Alaska, en Anchorage, corrobora esta conclusión. Además, Guettabi ha repasado otros estudios que también han llegado a la conclusión de que los alaskeños gastan más en bienes y servicios de consumo inmediato durante el mes en que reciben el ingreso. En las cuatro semanas posteriores al reparto de los cheques, los incidentes relacionados con el abuso de sustancias aumentan un diez por ciento, pero los delitos contra la propiedad se reducen un ocho por ciento.
Entre otros beneficios adicionales, también hay que mencionar el aumento de peso de los bebés recién nacidos de madres con bajos ingresos y la reducción de la obesidad entre los niños de tres años. Curiosamente, la prestación reduce la pobreza, pero incrementa la desigualdad, probablemente porque los hogares más ricos reinvierten el dividendo, mientras que los más pobres se lo gastan. Al margen de la relación entre las ventajas y los inconvenientes, todo el sistema se basa en el supuesto de que los ingresos provenientes del petróleo se mantendrán constantes; una conjetura que se encuentra amenazada por la volatilidad de los precios y el agotamiento de los yacimientos existentes. Esta incertidumbre ha provocado que las batallas políticas sean aún más encarnizadas cuando se trata de decidir cuál es la mejor forma de asignar los ingresos fiscales entre los distintos programas del gobierno.
«El auge de las mujeres como generadoras y poseedoras de riqueza es el otro gran motor del cambio»
Los economistas de la Universidad de California, Berkeley, Hilary Hoynes y Jesse Rothstein han presentado un análisis bastante más desolador acerca del futuro de los sistemas de renta básica universal. Después de estudiar los programas piloto y las propuestas legislativas de Canadá, Finlandia, Suiza y Estados Unidos, llegaron a la conclusión de que «sustituir los programas existentes contra la pobreza por una renta básica universal sería altamente regresivo, salvo que se asignara una importante cantidad adicional de fondos».
En 2030, los consumidores de clase media de los mercados emergentes superarán en número a los que viven en Estados Unidos, Europa y Japón por cinco a uno, lo que significa multiplicar por dos su incremento desde 2020. En lugar de Los Simpson, quizá acabemos viendo en la tele las aventuras de los Singh, los Wang o los Mwangi. La acción no se desarrollará en un barrio residencial de Springfield, Oregón, como en Los Simpson, sino en Bombay, Shanghái o Nairobi. Las marcas punteras en el mundo ya no reflejarán los gustos de los consumidores estadounidenses; más bien diseñarán productos hechos a medida para las aspiraciones de las clases medias de las economías emergentes. Pero la clase media no es la única fuerza transformadora de nuestro tiempo. El auge de las mujeres como generadoras y poseedoras de riqueza es el otro gran motor del cambio.
https://ethic.es/2021/03/ford-amazon-y-la-idea-de-una-renta-basica/
Comentarios
Publicar un comentario