Agrega esto a la larga lista de rarezas que nos está trayendo 2020: se estima que las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) experimentarán su caída más pronunciada en la historia moderna, mientras que el mundo sigue en camino de marcar uno de sus dos años más calurosos.
Los 2 hechos demuestran lo implacable que es el cambio climático y que vamos a tener que aplicar medidas extremas para frenarlo. Es una carrera perversa: cuanto más tarde reduzcamos las emisiones, más rápido se calentará el Planeta. Y a día de hoy, la humanidad está perdiendo esta carrera.
Aunque sabemos que las temperaturas pueden variar de un año a otro, la tendencia es clara: nueve de los 10 años más calurosos registrados han ocurrido en lo que llevamos de este siglo.
Los confinamientos de la población debidos a la pandemia Covid-19 y la consiguiente caída de la actividad económica consiguieron una reducción de emisiones de un 17% en abril en comparación con el año anterior, según el informe de United in Science 2020 publicado a través de la Organización Meteorológica Mundial.
Pero no, no te alegres mucho, ya estamos de nuevo en los a los niveles de 2019, y el nivel de CO2 continuará subiendo mientras nosotros lo sigamos emitiendo a la atmósfera sin contemplaciones.
En el caso de que emprendiéramos esta misión de reducción de emisiones de carbono, éstas deberían reducirse a cero en 2050 para mantener el calentamiento por debajo de 1,5° C que marca el Acuerdo de París de 2015. Eso requerirá una disminución del 7% cada año durante esta década.
Quizás te parezca poco 1,5° C de calentamiento, pero este incremento provocará que algunas partes del Planeta sean irreconocibles. Los escenarios con incremento o mantenimiento de las emisiones son desastrosos y dejan en un cuento de niños las consecuencias de la actual pandemia que estamos viviendo.
Una cuestión que nos preocupa especialmente es que el Ártico se está calentando más rápido que el resto del mundo. Este año, la región va camino de su peor temporada de incendios forestales registrada en su historia, superando un récord establecido en 2019, según el Servicio de Cambio Climático Copernicus de la Unión Europea.
Además, no todos estos incendios forestales son nuevos. Se pensaba que algunos se apagaron después de la caída de temperaturas del invierno pasado, pero, según parece, continuaron ardiendo bajo la nieve alimentados por depósitos de metano y turba. Una vez que regresó el clima cálido, se reavivaron estos incendios que se creían extinguidos.
Los incendios forestales en el Ártico emitieron el equivalente a 244 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono de enero a agosto, en comparación con 181 millones de toneladas en todo 2019, según el Servicio de Monitorización de la Atmósfera de Copérnico de Europa.
Otro efecto negativo es que las partículas de color oscuro de los incendios forestales puede aterrizar sobre la nieve y el hielo, absorbiendo la luz solar que de otro modo se reflejaría en la superficie blanca, lo que realimenta el calentamiento de la superficie y el derretimiento del hielo.
Las columnas de humo de los incendios siberianos cubrieron el equivalente a más de un tercio de Canadá
Aunque a la mayoría de nosotros el Ártico nos parezca un territorio lejano, lo que sucede en los polos nos afecta al resto de nosotros, ya que el sistema climático está intrínsecamente acoplado.
Otra cuestión a tener en cuenta es que los océanos reciben más calor, sufriendo éstos los incrementos de temperatura más dramáticos. Durante décadas, mares y océanos han absorbido la mayor parte del calor adicional atrapado por la atmósfera, amortiguando los efectos del cambio climático.
El 93% del calor capturado por los gases de efecto invernadero desde la década de 1970 ha sido absorbido por los océanos
Los científicos saben que la capacidad de los océanos para capturar y almacenar dióxido de carbono dejó de seguir el ritmo de las emisiones en la década de 1990. Un informe publicado en junio concluyó que la capacidad de los océanos de actuar como una esponja seguirá disminuyendo, incluso cuando el mundo intente reducir las emisiones a cero para 2050.
Las aguas más cálidas dan lugar a la formación de más y más huracanes, que cada vez serán más devastadores. Los meteorólogos esperan ahora alrededor de dos docenas de tormentas con nombre cada año, lo que supone aproximadamente el doble del promedio de los últimos 30 años.
El calentamiento global está alterando los patrones conocidos. Es cada vez más frecuente luchar contra sequías e inundaciones mortales. Las cadenas de suministro de alimentos y materias primas se están interrumpiendo, y el comercio a veces se paraliza en lugares clave. A medida que aumenta la escala de estos impactos, será más difícil nuestra adaptación.
Una reducción del 20% en las precipitaciones y un aumento del 10% en las tasas de evaporación en el área del Canal de Panamá en 2019 han provocado que el agua en una de las rutas comerciales más transitadas del mundo caiga por debajo de los niveles óptimos.
Eso está obligando a los barcos de casco más profundo a transportar menos carga o emplear rutas alternativas, ambas soluciones muchos más costosas. En enero, la Autoridad del Canal de Panamá anunció un incremento en sus tarifas.
Los niveles de agua en el río Paraná en América del Sur, la principal ruta de exportación para de los cultivos argentinos, valorados en 20.000 millones de dólares, se encuentran en su nivel más bajo en 50 años. En abril, los niveles de agua eran de solo 78 centímetros en Rosario, el centro comercial de grano del país. En mayo, un barco que transportaba soja encalló dos veces en una semana, interrumpiendo la navegación durante días.
Es fácil apreciar que las olas de calor son cada vez más intensas y frecuentes a medida que el planeta se calienta, y eso no solo se refleja en los termómetros. El mayor uso de aire acondicionado en los países desarrollados conduce a picos bruscos en la demanda de electricidad durante los eventos de calor extremo.
Durante los últimos 30 años, los equipos de climatización se han vuelto cada vez más eficientes energéticamente y, también, más baratos. Actualmente, los aparatos de aire acondicionado son responsables de aproximadamente el 9% de la demanda mundial de electricidad.
Teniendo en cuenta las mejoras de eficiencia, se espera que esa cifra aumente al 13% para 2050, un aumento que es casi equivalente al consumo total de electricidad actual de la Unión Europea, según BloombergNEF
En Arabia Saudita, rica en petróleo, las plantas de energía queman petróleo para satisfacer la demanda adicional en verano, por lo que la contaminación del aire aumenta con las olas de calor. En julio, Riad, la capital, registró la peor calidad del aire del año, ya que la temperatura alta promedio alcanzó los 43 °C.
Incluso envueltos en la peor crisis en la historia para el turismo, las tasas de ocupación de Airbnb muestran que muchos de nosotros hemos abandonado o evitado estar en ciudades durante los calurosos meses de verano.
Las áreas urbanas, que ya albergan a más de la mitad de la población mundial, tienden a tener temperaturas más elevadas que las áreas rurales, ya que las primeras están cubiertas de materiales, como puede ser el cemento, que absorben el calor de la luz solar. Estas llamadas islas de calor urbanas aumentan aún más los riesgos del calentamiento global.
Escapar del calor de la ciudad y correr hacia destinos más frescos durante las semanas más calurosas del año es una solución a corto plazo disponible solo para unos pocos. Las ciudades seguirán creciendo para albergar al 68% de la población mundial en 2050, según una estimación de las Naciones Unidas.
Algunos países están tomando medidas drásticas para tratar de adaptar las áreas urbanas contra el cambio climático, incluido el traslado de sus capitales a lugares más resilientes. Pero sin una acción inmediata y drástica, la única solución viable será pasar de la mitigación a la adaptación.
Así, los países pobres que no pueden pagar la factura que supone el aire acondicionado serán los más afectados, según un estudio reciente del Climate Impact Lab. Para el 2100, el calor puede casar tantas muertes como las que causan las afecciones cardiacas, la mayor causa de muerte de personas.
A pesar de todos los datos que tenemos y las nuevas formas que se nos han ocurrido para interpretarlos, algo nos impide actuar de manera decidida para mitigar los efectos del cambio climático y adaptarnos a sus consecuencias.
Los números nos abruman y descubren un futuro repleto de incertidumbre que sobrepasa a la mayoría de los mortales
Además, algunas de las conclusiones científicas más sólidas extraídas de los datos disponibles tienen puntos ciegos que nos pueden llevar a escenarios diferentes a los previstos, en la mayoría de los casos peores a los supuestos.
Pero quizás el punto de inflexión ocurra cuando cada uno de nosotros aborde de manera individual y decidida la reducción de las emisiones que provoca y adopte un estilo de vida sostenible y compatible con el Planeta.
¡Desgraciadamente cuando nos decidamos a ponernos manos a la obra, quizás ya sea un poco tarde!
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