Crece la informalidad: edificios se convierten en improvisados centros comerciales





En edificios y urbanizaciones los vecinos han empezado a vender alimentos perecederos, comidas preparadas, artículos de higiene personal, licores, perfumes y hasta repuestos de carros, que ofrecen por grupos y estados de Whatsapp. Esta economía de supervivencia, en crecimiento primero por la hiperinflación y luego por el aumento de la dolarización transaccional, explotó a partir de marzo por la cuarentena, que ha hecho que mermen los ingresos de muchos venezolanos

Los duros tiempos de confinamiento por la pandemia, que han profundizado la crisis económica que atraviesa Venezuela, convirtieron residencias y comunidades en improvisados centros comerciales, y los grupos de Whatsapp en los nuevos espacios para los avisos clasificados.

Desde alimentos perecederos hasta comidas preparadas, medicinas, artículos de higiene personal, licores, perfumes y hasta repuestos de carros entran en la amplia gama de bienes que los venezolanos venden desde sus casas. Tratan de sobrevivir no solo a la hiperinflación -que desde enero hasta agosto de 2020 llegó a 1.079,67% según el Parlamento-, sino a los efectos que han tenido el coronavirus y el encierro sobre sus ingresos.

Por las escaleras y ascensores suben y bajan personas llevando o buscando los productos que vendieron o compraron. Los vendedores aceptan transferencias bancarias -preferiblemente de la misma institución financiera-, pago móvil, divisas e incluso algunos hasta tienen punto de venta.



Esta es la economía de supervivencia. Luego de varios años gestándose como resultado de la inflación -que a partir de noviembre de 2017 pasó a ser hiperinflación- y de acelerarse en 2019 con el crecimiento de la dolarización transaccional, esta modalidad de la economía informal desde casa terminó de explotar en 2020 debido a la covid-19 y a la cuarentena que impuso el gobierno de Nicolás Maduro.
Canaima’s Mall


En un conjunto residencial en Gato Negro, Catia, una zona popular al oeste de Caracas, crearon un grupo especial para que la mayoría de los 140 apartamentos que hay en total en los dos edificios pudiera ofrecer y promocionar bienes y servicios.

En un solo día, el grupo se llena de información e imágenes de queso duro, mortadela de res y de pollo, margarita, harina de maíz precocida, aguacates, aceite, condimentos, chucherías, papel higiénico en paquetes o individual, pasta dental, afeitadoras, jabón de baño de distintos aromas, perfumes, bolsos para el mercado, tapabocas, refrescos, cervezas, cigarros, bebidas en polvo, matacucarachas, planchas para el cabello y hasta lubricantes para vehículos.

Este centro comercial, bautizado como «Canaima’s Mall», también tiene su feria de comidas. Algunos apartamentos venden sándwiches, hamburguesas, tortas, helados, pan andino, base para pizzas y tequeños, entre 1,5 dólares la bandeja de 20 unidades pequeñas y 3,5 dólares una docena rellenos con chocolate.

Las residencias hasta tienen su centro de copiado. Un apartamento saca copias en 40.000 bolívares e imprime en 60.000 bolívares.



Por este grupo de Canaima’s Mall, Mirelvis Fuentes, administradora por cuenta propia, ofrece pescado fresco y ceviche. Lo prepara con su esposo, chef sin ejercer, y con pescado fresco que compran en Naiguatá cuando los pescadores tienen combustible. Pide cuatro dólares por 350 gramos de ceviche y ofrece una porción de un dólar.

«Comencé con paletas, pero no me resultó. Las estaba vendiendo en un dólar y medio, pero salió otra persona vendiendo tetas en 120.000 bolívares y bueno, lo mío no funcionó. Luego ofrecí pescado fresco que consigo en Naiguatá cuando se puede, porque con el tema de la gasolina los pescadores no tienen cómo salir todos los días. Y ahora mi esposo y yo nos pusimos a hacer ceviche, y no nos ha ido mal. No es que se vende mucho, pero tiene su salida, además que gusta bastante».

Antes de que Venezuela empezara su lucha contra la covid-19, en marzo pasado, Fuentes ganaba en promedio 120 dólares mensuales, y podía ganar más pero perdió tres clientes luego de estar enferma casi todo enero. Lo que gana vendiendo ceviche, dice, no tiene comparación con los ingresos de antes, y no le ha salido trabajo como administradora. «Todos mis clientes están cerrados. Estoy sobreviviendo«.

Por eso decidió, además de vender ceviche, preparar un taller vía Whatsapp para los «nuevos emprendedores». Planea enseñarles, por ejemplo, a manejar sus finanzas, a no confundir el dinero personal con el del negocio, a hacer un flujo de caja, a llevar una contabilidad mínima y a calcular costos.

«Tengo como cuatro o cinco grupos de Whatsapp donde veo gente que comienza muy bien y de repente desaparece. Como lo mío es la administración, me voy a ir por ahí. Apoyándolos a ellos emprendo yo con lo que realmente sé hacer. Ese taller me debe llevar a mí a la captación de nuevos clientes y, espero, a mejorar los ingresos». Calcula cobrar dos dólares por persona.
La nueva crisis

El economista Luis Arturo Bárcenas señala que la pandemia aceleró la caída de ingresos, pues más allá de la persistencia de la hiperinflación, se trata de un contexto en el que muchas personas se quedaron sin empleo, o no reciben los mismos ajustes salariales mientras que la inflación sigue galopando.


«Vendiendo cosas en su mismo edificio una persona no tiene que pagar alquiler de local, flete y ni siquiera delivery. Es más barato que incluso un mercado popular. No está expuesto a matraqueo (por ahora), vacunas, o a comercializar tipo buhonero».

En la urbanización Lomas de Urdaneta, Catia, también ha proliferado el ofrecimiento de todo tipo de bienes y servicios. «Parecemos una mini ciudad», dice una vecina, que solicitó el anonimato. «No es necesario salir en lo absoluto si no quieres. En cada piso hay bodegas, venta de pasapalos, artículos de limpieza, ropa, enseres, productos tecnológicos, recargas telefónicas, medicamentos, peluquería, confección de trajes a la medida y hasta tramitación de documentos como pasaportes, licencias, apostillas y para vehículos», cuenta.

Todo lo ofrecen en un grupo de Whatsapp, que se llama Cambio, compra y venta.

«Hace poco hasta compré un bidón azul de polietileno de 220 litros y me lo trajeron a la puerta de mi casa. La gente se rebusca como sea», agrega la vecina.





Antes de la pandemia cerca de 55% de los venezolanos vivía de la economía informal, según estimaciones conservadoras de Ecoanalítica. Este sector de la economía ha venido creciendo por la incapacidad de la administración pública y de algunas empresas privadas de fijar un esquema de compensación laboral o de pago de sueldos acorde a la realidad de la hiperinflación.

«La covid-19 ha empeorado esta situación. Las compañías no están generando los mismos ingresos que antes de la pandemia porque están inmersas en un esquema de cuarentena radical donde solo se labora dos semanas al mes», explica Bárcenas. «El sector público muy probablemente, y más que la empresa privada, ha dejado de dar bonificaciones y de hacer cambios en su política salarial. Por ende, la gran masa de empleados públicos seguramente sigue ganando en términos nominales lo mismo y en términos reales menos».

Desde 2019 el Estado ha reducido considerablemente su gasto público en cuanto a ajustes salariales de los más de 3,5 millones de empleados públicos que hay en el país. Esto debido a la fuerte caída en sus ingresos por la venta de crudo como consecuencia de la crisis del mercado petrolero nacional. De aumentar el salario mínimo seis veces en 2018, en 2019 lo hizo solo tres, y hasta septiembre de 2020 solo ejecutó dos incrementos de sueldo: en enero a 250.000 y en abril a 400.000 bolívares.

«La gente ha tenido que reinventarse y buscar mecanismos aún mucho más heterodoxos que antes, porque a lo mejor un vigilante que la crisis económica lo llevó a ser mototaxista, ahora la nueva crisis generó que trabaje, por ejemplo, en delivery, o que su esposa venda tortas. Es decir, hemos ido a una especie de nueva fase en la forma en cómo el venezolano ha tenido que lidiar para salvaguardar sus ingresos o para mantener un patrón de consumo mínimo. Ahora el ama de casa que antes era solo ama de casa, cuyo jefe de hogar trabajaba como mototaxista o en algún empleo formal y fue despedido, ahora trata de coadyuvar y generar ingreso de otra forma».




Un venezolano ofrece a sus vecinos por el estado de Whatsapp pizzas que prepara desde la cocina de su casa

En julio pasado, Azalea, una ama de casa de Los Teques, Miranda, empezó a vender tortas de distintos tamaños porque su esposo, transportista, no tenía suficiente trabajo por la escasez de combustible y las restricciones para movilizarse por la cuarentena radical. La mercancía que él traslada no es considerada por las autoridades como prioritaria, y para continuar su trayecto muchas veces los funcionarios de las alcabalas le piden una «colaboración» en verdes.


Por su estado de Whatsapp, donde tiene agregados a vecinos, vende tortas de 400 gr en dos dólares, de 600 gr en cinco dólares, de un kilo en 10 dólares, de kilo y medio en 15 dólares, y de dos kilos en 20 dólares.

«En mi casa somos seis personas: mi esposo, mis tres hijos, mi mamá y yo; además tenemos dos perros y la perrarina es carísima. Y todos necesitamos comer».


Aunque muchos hablan de sus ventas como emprendimientos, Luis Arturo Bárcenas aclara que la economía de supervivencia no es tal. Explica que el emprendimiento tiene un objetivo más claro: busca consolidar un negocio, una actividad económica o una forma estable de generar ingreso. «En muchos casos lo que vemos ahorita es una generación de ingresos relativamente espontánea y transitoria, algo del día a día».


«Un resuelve es del día a día. Su cadena de suministro es el mercado que la persona hace, y no necesita un mecanismo de distribución de comercialización por más emprendimiento que sea. Más allá que existe las redes sociales, que es un mecanismo de comercialización gratis y completamente efectivo, creo que el emprendimiento es otra cosa en términos de negocios», explica.

Dymar Zambrano, diseñadora gráfica, pronto va a empezar a vender en su edificio en Bello Monte, al este de Caracas, comida saludable. Tiene pensado sacar empanadas rellenas de pollo y preparadas con harinas alternativas de apio o plátano, galletas sin gluten en cinco dólares y tequeños de almendras en 10 dólares.

Con esto espera mejorar sus ingresos, que cada día pierden capacidad de compra por la hiperinflación. «Si bien es cierto que siento que hay una oportunidad de mercado, en la calle no hay nada o hay muy poco, también es para mejorar ingresos. Me ha pasado, pero de manera abrumadora, que cada vez gasto más. El nivel de gasto en Venezuela para mantener las cosas cada vez es más alto».

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