La obsolescencia programada: Gasolina para la generación de consumo masivo




En el año 2010 salió un documental creado por Cosima Dannoritzer, llamado “Comprar, tirar, comprar”, en el que muestra la realidad del mundo consumista en el que vivimos a consecuencia de la caducidad planificada de los objetos. De allí se desprendió un debate que encuentra sus inicios por allá entre 1920-1950 con la Revolución Industrial.

Después que el mundo sufrió el proceso de transformación económica, social y tecnológica, los empresarios se tuvieron que reinventar para mantener sus compañías a flote con todos los cambios que estaban experimentando. Fue entonces cuando un buen día, las grandes fábricas de bombillos tuvieron una idea brillantemente maquiavélica que cambiaría el curso de la historia: decidieron darle una duración de máximo mil horas de uso a sus bombillos, cuando podían rendir perfectamente por unos cuantos años más. En ese momento, se generó fue una cadena infinita de consumo que se ha expandido a todos los ámbitos comerciales hasta nuestros días.

¿Has tenido alguna vez esa sensación de cada día las cosas salen de menor calidad o que todo lo que compras se daña al cabo de un corto periodo? ¡Todo es culpa de la obsolescencia programada!




Pasamos de comprar algo que creemos nos será funcional, a terminar comprando basura. Lo vivimos a diario y de unos casos tenemos más consciencia que de otros. Estoy segura que estás leyendo esto desde un Smartphone, laptop o tablet que te dejará de servir en un par de años; siendo muy optimistas. ¿Por qué crees que cuando lo adquieres ya está por salir una versión más avanzada que dejará al tuyo desfasado? Los crean precisamente con la intensión de que te veas en la necesidad de estar constantemente cambiándolos; con la excusa de las actualizaciones de software que serán incompatibles con el de tu versión.

Pero si a la cadena de consumo le faltaba un complemento, nosotros lo creamos con la obsolescencia psicológica.

No solo se trata de lo que compramos, sino de la rapidez con la que rueda esta bola de nieve, que nos empuja a seguir adquiriendo productos porque nos hacen pensar que todo se vuelve anticuado y pierde valor.

No solo podríamos decir que gran parte de lo que encontramos en una tienda está sobrevalorado; también está el hecho de que a veces le damos más peso al costo que a la calidad. Nos crean necesidades. Si a esto le sumamos el hecho de que “nunca sabemos lo que queremos hasta que se lo vemos a otra persona” (lo que yo he bautizado como el síndrome de la inexistente personalidad), la cadena se nos hace infinita.

La consecuencia de todo este drama se traduce en toneladas y toneladas de desechos por año. El consumismo nos está devorando y al paso que vamos no durará mucho más en hacernos añicos.

Lo peor del caso es que no tenemos planeta de repuesto y esa es la falla más grande del plan; nadie pensó en ese mínimo detalle porque antes no había la consciencia ecológica que intentamos tener ahora. Pensaron en una solución infinita en un mundo con recursos limitados, por eso las generaciones siguientes estamos pagando (literalmente los platos rotos) de las decisiones tomadas durante la época dorada de la publicidad y el sueño americano.

Ahora bien… ¿se imaginarían cómo viviríamos si no existiera la obsolescencia programada? ¿Sería el mundo ideal? Veamos:

Supongamos que todo lo que un día compramos (a excepción de buena parte de la comida, obviamente), nos durara para siempre o al menos por unos 10 o 20 años como mínimo. ¿Para quién trabajaríamos? ¿Cómo mantendríamos una dinámica de oferta y demanda que nos mantenga si vendemos tan poco? ¿Qué costo tendríamos que pagar por cada producto para que pueda resolver los gastos de manufactura y el sueldo de toda la plantilla de trabajadores?

El asunto es más complejo de lo que pensamos. Somos una sociedad excesivamente consumidora, sí, y es una salvajada lo que hacemos; pero también somos trabajadores y personas sustentadas por el consumo. Esto parece un laberinto sin salida, una cadena en donde dependemos de una cosa para resolver la otra.



Yo creo que, hasta ahora, no hay una solución a gran escala para este problema. Lo peor del caso es que si la hubiera, hay demasiados intereses de por medio que no permitirían avanzar hacia ella. También creo que de alguna manera, entre todos, podríamos empezar a hacer algo para frenar la bestialidad con la que se mueve este virus.

Tal vez tomando más consciencia de lo que realmente necesitamos, valorando más lo que tenemos (porque no se trata de simples objetos pues cada mínima acción repercute en el ambiente), y finalmente, aportando más en la limpieza y recuperación del planeta, al menos hasta que logremos crear otra forma de minimizar el impacto.

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