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Algo serio acontece en América Latina y el Caribe. Por un lado, la región es más próspera, los habitantes viven vidas más largas y tienen mejores niveles de educación. Sin embargo, el contexto político y social resucita conflictos en formas a las que tristemente estamos muy acostumbrados.
Esto se debe a cuestiones como la pobreza multidimensional, los altos niveles de polarización política y desconfianza en las instituciones del Estado, la inequidad en la distribución de los recursos, la fragilidad de algunos procesos democráticos, así como el surgimiento de fenómenos cómo la migración masiva que han llegado para quedarse. Estos múltiples factores han generado un descontento social y el resquebrajamiento en el tejido social.
¿Se puede construir paz? Si se puede, pero debemos rápidamente darle una vuelta al entendimiento de la gobernabilidad para generar oportunidades de desarrollo socioeconómico y participación significativa, así como oportunidades para la convivencia pacífica y la seguridad ciudadana.
Las dinámicas que aquejan a la región demandan la urgente identificación de refuerzos positivos que vayan más allá de las respuestas coyunturales, y permitan la creación de nuevas realidades.
Esto se logra con una mejora de la gobernabilidad democrática donde el diálogo se pone en el centro. El diálogo entendido como la predisposición a escuchar antes que a contestar, a conectar antes que atomizar y a integrar antes que dividir. Con el diálogo logramos identificar objetivos comunes y contribuimos a la paz sostenible. El diálogo inclusivo permite dar voz a quienes normalmente no son parte de la toma de decisiones, con la premisa de comprender antes que contestar, aprender antes que refutar, e integrar antes que separar.
El diálogo acepta la posibilidad de ideas diferentes a las propias, y permite aprender de los otros a partir de sus percepciones, suposiciones y juicios. En una mirada regional ¿qué habría sido de Centroamérica sin el diálogo que dio fin a las guerras civiles en países como El Salvador, Guatemala, Nicaragua en los años ochenta? ¿Qué habría sido de los países del Cono Sur, así como el fin de las dictaduras entre los años 70-80, en Argentina, Uruguay, Chile y Bolivia?
Y en el escenario global ¿qué habría sido de Sudáfrica sin el diálogo de Mandela? ¿ Y qué sería la India sin Gandhi? Donde su papel en los diálogos y negociaciones en busca de la libertad de su país fue imprescindible, su lucha basada en la verdad y la no violencia fueron el motor de cambio para la construcción de la paz como una nueva realidad.
Desde la práctica, el diálogo contribuye en la construcción de la paz como un proceso dinámico de transformación constructiva el ámbito social, político, cultural, económico, institucional y espiritual. El diálogo considera las características de cada región o país, y apuesta por la evolución de la calidad de las relaciones humanas, tomando en cuenta la diversidad.
En esta tarea de construir la paz en el PNUD hemos desarrollado metodologías e implementado procesos de diálogo. Por ejemplo, la guía práctica de “Diálogo Democrático” nos señala lineamientos estratégicos que debemos reforzar para disminuir la conflictividad y mejorar la convivencia pacífica.
Otra metodología desarrollada para evitar la escalada de la violencia es el “Sistema de Alerta y Respuesta Temprana de Conflictos Sociales”. La guía permite identificar las causas de un conflicto, predecir su estallido y disminuir su impacto con una intervención oportuna. Igualmente considera un conjunto de recomendaciones para el fortalecimiento de la gobernabilidad.
Estas guías permiten a los diversos actores sociales comprender el diálogo democrático como el proceso por excelencia para la resolución pacífica de conflictos. El diálogo transita por etapas, que inician en con la exploración, y transitan al diseño del proceso, la implementación y el monitoreo de los resultados.
La coyuntura actual en la región nos exige una aceleración e incremento de la intensidad de los diálogos democráticos como espacios generativos y de reflexión, como herramienta para el manejo de momentos críticos, de crisis o post crisis, como una discusión estratégica para promover visiones conjuntas, con la finalidad de transformar las relaciones que nos unen y conducen a consensos y construcciones colectivas.
Algo serio acontece en América Latina y el Caribe. Por un lado, la región es más próspera, los habitantes viven vidas más largas y tienen mejores niveles de educación. Sin embargo, el contexto político y social resucita conflictos en formas a las que tristemente estamos muy acostumbrados.
Esto se debe a cuestiones como la pobreza multidimensional, los altos niveles de polarización política y desconfianza en las instituciones del Estado, la inequidad en la distribución de los recursos, la fragilidad de algunos procesos democráticos, así como el surgimiento de fenómenos cómo la migración masiva que han llegado para quedarse. Estos múltiples factores han generado un descontento social y el resquebrajamiento en el tejido social.
¿Se puede construir paz? Si se puede, pero debemos rápidamente darle una vuelta al entendimiento de la gobernabilidad para generar oportunidades de desarrollo socioeconómico y participación significativa, así como oportunidades para la convivencia pacífica y la seguridad ciudadana.
Las dinámicas que aquejan a la región demandan la urgente identificación de refuerzos positivos que vayan más allá de las respuestas coyunturales, y permitan la creación de nuevas realidades.
Esto se logra con una mejora de la gobernabilidad democrática donde el diálogo se pone en el centro. El diálogo entendido como la predisposición a escuchar antes que a contestar, a conectar antes que atomizar y a integrar antes que dividir. Con el diálogo logramos identificar objetivos comunes y contribuimos a la paz sostenible. El diálogo inclusivo permite dar voz a quienes normalmente no son parte de la toma de decisiones, con la premisa de comprender antes que contestar, aprender antes que refutar, e integrar antes que separar.
El diálogo acepta la posibilidad de ideas diferentes a las propias, y permite aprender de los otros a partir de sus percepciones, suposiciones y juicios. En una mirada regional ¿qué habría sido de Centroamérica sin el diálogo que dio fin a las guerras civiles en países como El Salvador, Guatemala, Nicaragua en los años ochenta? ¿Qué habría sido de los países del Cono Sur, así como el fin de las dictaduras entre los años 70-80, en Argentina, Uruguay, Chile y Bolivia?
Y en el escenario global ¿qué habría sido de Sudáfrica sin el diálogo de Mandela? ¿ Y qué sería la India sin Gandhi? Donde su papel en los diálogos y negociaciones en busca de la libertad de su país fue imprescindible, su lucha basada en la verdad y la no violencia fueron el motor de cambio para la construcción de la paz como una nueva realidad.
Desde la práctica, el diálogo contribuye en la construcción de la paz como un proceso dinámico de transformación constructiva el ámbito social, político, cultural, económico, institucional y espiritual. El diálogo considera las características de cada región o país, y apuesta por la evolución de la calidad de las relaciones humanas, tomando en cuenta la diversidad.
En esta tarea de construir la paz en el PNUD hemos desarrollado metodologías e implementado procesos de diálogo. Por ejemplo, la guía práctica de “Diálogo Democrático” nos señala lineamientos estratégicos que debemos reforzar para disminuir la conflictividad y mejorar la convivencia pacífica.
Otra metodología desarrollada para evitar la escalada de la violencia es el “Sistema de Alerta y Respuesta Temprana de Conflictos Sociales”. La guía permite identificar las causas de un conflicto, predecir su estallido y disminuir su impacto con una intervención oportuna. Igualmente considera un conjunto de recomendaciones para el fortalecimiento de la gobernabilidad.
Estas guías permiten a los diversos actores sociales comprender el diálogo democrático como el proceso por excelencia para la resolución pacífica de conflictos. El diálogo transita por etapas, que inician en con la exploración, y transitan al diseño del proceso, la implementación y el monitoreo de los resultados.
La coyuntura actual en la región nos exige una aceleración e incremento de la intensidad de los diálogos democráticos como espacios generativos y de reflexión, como herramienta para el manejo de momentos críticos, de crisis o post crisis, como una discusión estratégica para promover visiones conjuntas, con la finalidad de transformar las relaciones que nos unen y conducen a consensos y construcciones colectivas.
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