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La vida es incierta y difícil de controlar. Incluso las opciones que creemos dominar pueden convertirse en imprevistos y entonces solo podemos adaptarnos o frustrarnos. Sucede todos los días y, en los últimos años, más que nunca. La idea de conseguir un trabajo y conservarlo para siempre ya no encaja. Ahora, sobre todo las generaciones más jóvenes, nos enfrentamos a una situación difusa con un futuro difícil de planear. Para muestra, los millennials, que tendrán, de media, 11 trabajos diferentes a lo largo de su vida, según un estudio de la consultora McKinsey. ¿Cuáles serán? ¿Cuánto durarán? No podemos saberlo. De nuestra capacidad de tolerar la incertidumbre dependerá nuestro éxito.
Todos tendremos que enfrentarnos a momentos inciertos en nuestra carrera. Es el día a día de profesionales como los emprendedores, pero algo difícil de asumir para un funcionario. Cada vez es más necesario tener capacidad de reacción y tomar decisiones sin tener toda la información disponible. “De hecho, ahora mismo los trabajos más valiosos (los que mejor se pagan y los que más proyección te dan) son los más imprevisibles”, explica José María Peiró, catedrático en psicología social y de las organizaciones y experto en psicología del trabajo: “Esta situación, dependiendo de la persona, puede derivar en estrés, porque se tiene que enfrentar a situaciones menos controlables”.
Aunque es común sentirse inquieto cuando sabes que tendrás que cambiar de trabajo cada poco tiempo, la actitud hacia un futuro incierto depende de la personalidad, los valores y la confianza de cada uno. Estas nuevas reglas del juego pueden verse como una oportunidad para crecer y ampliar conocimientos y experiencias o como una amenaza. “Si lo percibimos como una contrariedad estaremos cediendo un lugar al miedo, que tiene una parte de utilidad, pero llevado al extremo nos genera malestar y nos paraliza”, explica Elisa Sánchez, psicóloga consultora de recursos humanos en Idein. “La necesidad de control y la falta de confianza en los recursos propios para afrontar lo que venga son la base del malestar que genera la incertidumbre”, añade. También está relacionado con querer quedarse en la zona de confort, con el más vale malo conocido que bueno por conocer.
En los países anglosajones esta concepción ya no existe: cambiar de trabajo habitualmente es normal y ser tolerante a lo imprevisto se ha convertido en una ventaja competitiva. “Ahora, la gente que ha trabajado en varias empresas tiene un valor añadido, porque está aprendiendo a adaptarse a cambiar de contexto y eso es básico en este entorno más flexible”, señala José María Peiró, que trabaja día a día como investigador sénior junto a jóvenes de todo el mundo en el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas.
—Sabes que este trabajo no va a durar para siempre, ¿no?
—Claro, ¿quién ha dicho que yo quiera trabajar aquí el resto de mi vida?
Es una de las conversaciones más habituales que Peiró suele tener con sus alumnos. “Los jóvenes lo tienen bastante claro. Son las familias las que tienden a querer que ellos vayan a lo seguro. Es una cuestión cultural: buscan para ellos una seguridad estática que les puede hacer perder oportunidades y que puede generarles ansiedad porque, de hecho, esa seguridad ya ni siquiera existe”, sentencia.
Steve Cadigan, uno de los especialistas en talento más valorados en Silicon Valley y exvicepresidente de esta área en LinkedIn, predice que los límites entre las empresas se van a ir difuminando poco a poco y el intercambio de profesionales entre ellas se perfila como una opción. “Los trabajadores se van cada vez antes. Que los millennials vayan a cambiar de trabajo muchas veces está bien. Quizá tienen que irse a trabajar durante unos años a la competencia y después volver a trabajar conmigo. Entonces me resultarán más valiosos”, explica Cadigan.
Pero, ¿es algo que los jóvenes buscan o se han encontrado con este panorama y no les queda otra que asumirlo? En España, la situación durante y después de la crisis ha contribuido a que los contratos sean más volátiles y asienta la idea de que hay que aprender a lidiar con el “qué será de mí”. “No podemos poner todo el peso en la espalda de los jóvenes”, asevera Peiró. “Las empresas deberían darles oportunidades de aprender y prosperar. Las compañías tienen responsabilidades con ellos y eso no se puede obviar”.
Así se hace
Aceptar lo imprevisible supone un esfuerzo psicológico para muchos. Y los profesionales dan algunas claves para empezar a asumir esa tarea. “Lo básico es mejorar la empleabilidad, la capacidad de que, si te quedas sin trabajo, tu perfil sea apetecible para las empresas. Para eso debes estar formado, tener experiencia, un plan de carrera y, algo que cada vez tiene más valor, estar motivado y tener actitud”, aconseja Peiró. Potenciar tu lado profesional para ser un empleado valioso te puede ayudar a estar más seguro y reducir la ansiedad.
Además, Peiró resalta la necesidad de ser proactivo. Cuando tenías un contrato de por vida, la empresa esperaba de ti que fueras eficiente, buen trabajador y responsable a cambio de acogerte indefinidamente. Los trabajadores no tenían que diseñar un plan de carrera, la empresa lo hacía por ellos. “Ahora somos los empleados los que tenemos que dibujar ese plan de acción y para eso es necesario formarnos, desarrollarnos profesionalmente y buscar incansablemente”, explica.
Desde un punto de vista más psicológico, es importante entrenarse para ver esta situación como una oportunidad. La psicóloga Elisa Sánchez recomienda hacer pequeñas cosas que nos dan miedo —ir superándolas refuerza nuestra seguridad— y aprender a vivir en el aquí y ahora. “Es clave, porque no es necesario controlar el presente para disfrutarlo”, aclara Sánchez. “Aceptar la incertidumbre es una de las mejores habilidades para ser felices en un entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo”. Exactamente las características que definen lo que a mucha gente le da miedo: el futuro.
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