¿Sueñan las ciudades con Grandes Proyectos Urbanos?

elpais.com

Por José Antonio Blasco, Carlos Martínez-Arrarás y Carlos Lahoz *
Las ciudades también sueñan, y aunque atribuirles un comportamiento humano pueda parecer una licencia poética, la metáfora tiene sentido, porque la ciudad es, además de un entorno construido, un conjunto de ciudadanos. En consecuencia resulta pertinente consultar ¿cuáles son los sueños de las ciudades? y la respuesta debe apuntar hacia los sueños compartidos de sus ciudadanos.
El sueño es lo que se opone a la vigilia, pero más allá de esa realidad fisiológica, los sueños también “visualizan” los deseos humanos. En este sentido, los sueños, que pueden tener mucho de utopía, se convierten en horizontes en los que reside la ilusión, en faros que guían nuestras acciones hacia esos fines anhelados, en un motor que agita positivamente nuestra existencia. Por supuesto, cada individuo cuenta con sus anhelos personales, pero, en general, todos aspiran a mejorar su vida, a prosperar, a disfrutar de un entorno de calidad que resulte estimulante y ofrezca posibilidades de desarrollo personal. Y esas aspiraciones de la comunidad deben verse contenidas, reflejadas y facilitadas por la configuración física de las ciudades.
No faltan voces que creen que para conseguir esos fines colectivos, una ciudad debe limitarse a vigilar el funcionamiento de sus infraestructuras, a gestionar adecuadamente los servicios urbanos, o a disponer de unas buenas dotaciones. Pero esto, como en las demostraciones matemáticas, es condición necesaria pero no suficiente. Porque la relación de los ciudadanos con su espacio va más allá de las consideraciones prácticas para adentrarse en el mundo de las emociones. Los ciudadanos, además de las satisfacciones funcionales, aspiran a una ciudad que alimente sus esperanzas y sus expectativas, desean sentirse integrados en una comunidad evolutiva, quieren estar orgullosos de su ciudad e identificarse con ella. Y para ello, la ciudad debe mostrarse viva, adaptándose a las necesidades de su gente y proponiendo escenarios de futuro ilusionantes, saludables, amables, justos, accesibles. Escenarios que deben ser proyectados desde el presente hacia el futuro.
Todas las ciudades sueñan: las pequeñas, las intermedias o las grandes, aunque el alcance de las aspiraciones de cada una queda determinado por su escala y sus capacidades. En el caso de las urbes principales, que rivalizan en una especie de “liga de grandes ciudades”, compiten también por su capacidad de soñar, de proponer nuevos escenarios atractivos, inspiradores y alentadores para sus ciudadanos. Por eso, las grandes ciudades sueñan con grandes proyectos urbanos.
Cuando Bilbao soñó el Guggenheim, muchos pensaron que era un delirio. Además, el extraordinario museo era la punta de lanza de una esforzada (y costosa) reestructuración urbana mucho mayor que transformó la capital vizcaína. El éxito acompañó a la ambiciosa operación que, una vez hecha realidad, se convirtió en un ejemplo que inspiró a otras muchas ciudades. Hoy sería impensable su ausencia y todo el mundo da por bien empleados los recursos utilizados. Aquel gran proyecto urbano es hoy motivo de orgullo irrenunciable para los bilbaínos. El Guggenheim y la transformación de Bilbao reposicionaron a la ciudad internacionalmente, abriendo nuevos campos de actividad económica, y también lograron reforzar el optimismo y el sentimiento de de pertenencia de sus ciudadanos.
Los sueños de las ciudades (los grandes proyectos urbanos) pueden parecer locuras megalómanas, pero son estrategias de siempre, porque grandes (grandiosos) proyectos urbanos fueron soñados en la Viena del siglo XIX con la Ringstrasse, en el París de Haussmann o en la Barcelona que inventó una nueva ciudad ideal con el Eixample de Cerdà. Hoy nadie podría imaginar esas ciudades sin la aportación trascendental de aquellas grandes operaciones.
Son muchas las grandes ciudades que tienen sueños y logran cumplirlos. Seúl recuperó el Cheong Gye Cheon, el río perdido de su downtown, mejorando extraordinariamente su centro histórico. Londres reconvirtió parte de sus instalaciones portuarias obsoletas en el nuevo centro de negocios Canary Wharf. Hamburgo está remodelando su frente fluvial con el ambicioso proyecto HafenCity, como también hizo Amsterdam con la reconversión de sus muelles orientales transformados en espacios residenciales. Barcelona, que había iniciado una estrategia de proyectos parciales (microurbanismo) necesitó el impulso de un gran evento olímpico para dar forma a una remodelación que, entre otras cosas, recuperó el mar para una ciudad que vivía de espaldas al agua o consiguió conformar un cinturón de ronda que modificó la movilidad urbana. Madrid se embarcó en el polémico soterramiento parcial de uno de sus anillos de circunvalación, la M-30, y ese criticado proyecto permitió la creación de Madrid-Río, un maravilloso parque urbano que ha reconciliado a una parte de la ciudad consigo misma. Valencia se atrevió a desviar el río Turia (que había provocado desgraciadas inundaciones) y propuso, sobre su antiguo cauce, un gran parque lineal. Berlín superó el trauma del muro divisor con intervenciones como Potsdamer Platz, entre otras. Son muchos los ejemplos de proyectos y de ciudades que se reinventan gracias a la reconversión de espacios obsoletos, a la reconfiguración de infraestructuras, o a la revisión de las posibilidades de algunos lugares.
Desde luego, los grandes proyectos urbanos son retos mayúsculos que implican a muchos participantes y exigen ingentes esfuerzos. Por supuesto a las autoridades y administraciones públicas y también a la iniciativa privada. La cooperación entre los dos ámbitos es esencial, así como la existencia de un liderazgo político fuerte, capaz de interpretar adecuadamente los deseos de los ciudadanos y de motivar a todos los agentes para que enfilen la dirección correcta. No es fácil definir los grandes proyectos urbanos, requieren una reflexión urbana profesional que conjugue el realismo y la ilusión en sus planteamientos, deben ser capaces de integrar a sus ciudadanos, sabiendo expresar las ventajas futuras a pesar de las dificultades del presente. Deben en definitiva, imaginar el futuro, aglutinando sentimientos y compartiendo objetivos.
Ahora bien, desgraciadamente, también hay ejemplos de operaciones planteadas sin una fundamentación sólida que, enarbolando un pretendido interés general, se han convertido en inversiones cuestionables desde muchos puntos de vista (entonces los sueños se transforman en pesadillas). En algunos foros se aduce que los grandes proyectos urbanos son un fantástico envoltorio para las estrategias del capitalismo inmobiliario que busca seguir obteniendo réditos de la ciudad, recalificando usos, reedificando o gentrificando barrios. La existencia de negocio en las transformaciones urbanas es innegable porque llevan aparejadas plusvalías, pero que si están bien dirigidas pueden ayudar a la financiación de las mismas. Y además, si la ciudad progresa, la prosperidad acaba llegando a una mayoría de ciudadanos.
Los grandes proyectos urbanos correctamente planteados, son capaces de activar lo mejor de cada ciudad, logran incrementar la calidad general de la vida ciudadana y, además, suelen favorecer inflexiones que ayudan a las ciudades a reposicionarse en la red global de ciudades.
Es cierto que muchas de las grandes ciudades han quedado exhaustas tras asistir al alumbramiento de un gran proyecto urbano, y pasan momentos delicados, sobre todo económicamente. Pero se recuperan y, tras la digestión, deben volver a pensar en el porvenir. Porque las ciudades no pueden permanecer inalterables. La transformación constante es uno de sus rasgos intrínsecos. Las ciudades necesitan soñar. Necesitan tener ilusiones, demostrar su capacidad de superación, de fijar nuevos horizontes con los que alimentar la expectativa de sus ciudadanos en un futuro mejor. Por eso, cuando una ciudad deja de soñar, tal vez sea porque está muriendo lentamente.

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