¿Aumenta la desigualdad con el avance de la tecnología?


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Las constantes fundamentales del ser humano han cambiado: su físico, su mentalidad, su longevidad e incluso su posición como especie dominante. La era de la perplejidad: repensar el mundo que conocíamos (editado por BBVA OpenMind) ofrece un análisis multidisciplinar de los efectos de los cambios que han traído consigo la revolución tecnológica y la globalización, a través de los artículos de veintitrés expertos mundiales en la materia. 
Las pruebas del cambio tecnológico se encuentran por doquier: basta fijarse en los teléfonos móviles y los sistemas informáticos, las plataformas digitales o el creciente uso de la robótica y la inteligencia artificial. De manera simultánea, la desigualdad de los ingresos ha ido aumentando en la mayoría de las economías, y la distribución de las rentas del trabajo y capital se ha vuelto más desigual. ¿Podrían ambas tendencias estar interrelacionadas? Según investigaciones recientes, sí, y tienen importantes causas comunes. Además, su combinación provoca un crecimiento económico más débil y menos inclusivo, causa una mejora más lenta y desigual de la calidad de vida y contribuye a los problemas y divisiones sociales: están ligados a las fuerzas surgidas tras el creciente auge del populismo político en muchas economías importantes.
La tecnología es un poderoso motor de la productividad, del crecimiento económico a largo plazo y de la mejora de las condiciones de vida. El cambio tecnológico es inevitablemente disruptivo, y, de hecho, sus resultados positivos derivan de lo que Schumpeter llamaba la «destrucción creativa». La forma en la que las nuevas tecnologías se traducen en incrementos reales de la productividad depende, en gran medida, de cómo las políticas gestionen estos impactos y procesos. La tecnología también afecta de forma significativa a cómo se distribuyen los frutos del crecimiento, pero, una vez más, los impactos distributivos finales dependen de cómo respondan los Gobiernos.
«La ralentización de la productividad refleja una desigualdad creciente entre las empresas punteras y el resto»
Los avances en el campo de las tecnologías digitales suponen una gran promesa. Su potencial para aumentar la productividad se ha ralentizado, y la desigualdad de las rentas ha aumentado. Buena parte del discurso político reciente se ha centrado en culpar al comercio internacional del desempleo, de los recortes de salarios de los trabajadores menos cualificados y de la creciente desigualdad. Sin embargo, el factor más dominante ha sido el cambio tecnológico. Un conjunto común de factores (vinculados a la naturaleza de las nuevas tecnologías y a cómo han interactuado con los fallos de las políticas) han limitado el aumento de la productividad y han exacerbado la desigualdad, algo unido por un nexo común.
En esencia, la ralentización de la productividad parece reflejar una creciente desigualdad entre las empresas punteras y el resto. Los beneficios de las nuevas tecnologías han sido aprovechados en su mayor parte por un número pequeño de grandes compañías, lo que provoca resultados ineficientes y desiguales. Aparte de los fallos en las políticas destinadas a incentivar la competencia, las nuevas tecnologías están contribuyendo a una mayor concentración de los mercados porque producen resultados en los que «el ganador se lleva la mejor parte».
«Las políticas deben estar al altura de los retos de la era digital, exigiendo una mentalidad inclusiva»
Para obtener mejores resultados en materia de productividad y equidad, las políticas deben estar a la altura de los retos de la era digital, de manera que exijan un pensamiento nuevo y original y una mentalidad inclusiva. Para ello, hay que revitalizar la competencia e incentivar la innovaciónen la frontera tecnológica, así como ampliar su difusión a todas las economías, mejorar y actualizar las capacitaciones profesionales de los trabajadores y reformar los contratos sociales que incentiven la transición a nuevos empleos en un entorno siempre cambiante.
Los desafíos son enormes y la economía política de las reformas es difícil, pero, afortunadamente, las opciones de las políticas no se limitan a una elección binaria entre la productividad y la equidad. Existen políticas que pueden promover ambas. Los legisladores deberían abordarlas mediante una agenda integral de reformas que fortalezcan los programas de educación y formación, que deben modernizarse para responder a las nuevas dinámicas en materia de cualificación en la que los contratos sociales –basados tradicionalmente en relaciones formales y a largo plazo–, deberán revisarse para que beneficios como la salud y la jubilación sean más transferibles y universalmente aplicables. Con una mente abierta, se puede crear un mundo mejor.

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