La relación entre ciudad y tecnología está entrando en un nuevo estadio. De la implantación de nuevas tecnologías, un proceso no exento de suspicacias, a una etapa en la que los gigantes tecnológicos están tratando de adaptar sus modelos de innovación a los entornos urbanos. El cambio no es menor. Nos obliga a repensar el modelo de smart cities que dominaba hasta ahora la agenda urbana, así como a imaginar de qué modo este modelo puede ayudar a afrontar los principales retos de esta agenda.
Los últimos años hemos visto cómo el relato de la ciudad inteligente se ha impuesto a pesar de que su promesa no se ha cumplido. La tecnología tenía que convertir las tramas urbanas en entornos limpios, sostenibles, seguros y resilientes, pero lo cierto es que las ciudades, en líneas generales, no han avanzado como se esperaba en ninguno de estos campos.
A falta de grandes resultados, muchas de ellas han centrado sus esfuerzos en estrategias smart que les ayuden a ser percibidas como inteligentes, aunque ello les haga perder el foco de sus verdaderas necesidades. El nuevo poder urbano se mide por la capacidad de atracción de la marca y los Gobiernos no han dudado en utilizar la etiqueta para posicionarse. La cara B de ello ha sido que el concepto se ha vaciado hasta el punto de que no sepamos muy bien hacia dónde nos lleva.
Este momento de desorientación ha propiciado, en parte, que las grandes tecnológicas muestren un gran interés por el desarrollo urbano. Es la segunda gran ola de tecno-optimismo. Construir ciudades desde cero, trasladar el éxito de los modelos de innovación de las tech al diseño, producción y gestión de las políticas urbanas.
El enfoque de esta nueva visión de la ciudad, basado en tecnologías 4.0 y en la disrupción total respecto al modelo tradicional, se parece peligrosamente a la fase que creíamos estar dejando atrás. La promesa irrealizable que se transforma en un activo para la marca de la ciudad pero que no mejora la vida de sus habitantes. Una ciudadanía que cada día tiene una necesidad mayor de soluciones a los retos que afronta. Algo de esto lo pudimos ver hace unas semanas durante el Mobile World Congress en Barcelona. Se presentaban tecnologías que revolucionarán la relación con la ciudad de los ciudadanos y, a su vez, en la Mobile Week, un evento paralelo, se debatía sobre la ciudad del futuro y las oportunidades para abordar los principales retos que afronta.
Por ese motivo, este debate tecnológico no puede desvincularse de los temas centrales de la agenda urbana y global, cuyas ideas principales están recogidas en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) definidos por Naciones Unidas. Se trata de una hoja de ruta ambiciosa, con un margen de poco más de una década y una meta muy clara: lograr un cambio positivo en beneficio de todos.
Las ciudades tienen un papel central en esta agenda. No solo protagonizan uno de los objetivos, el 11, sino que además son fundamentales para poder cumplir buena parte de la ruta trazada. Temas tan dispares como la lucha por un agua limpia y saneada, la reducción de las desigualdades, o un consumo responsable, son impensables sin la acción política a escala local. Quizá, por ello, no parece extraño ver cómo muchas ciudades están reenfocando sus prioridades o cómo países como Alemania están diseñando guías para que sus ciudades puedan desplegar las políticas necesarias para cumplir con estos objetivos.
El Cidob, centro de gran relevancia y credibilidad para entender el debate global, publicaba hace dos años un documento sobre el paso de las smart a las wise cities como elemento fundamental para la consecución de los ODS. Ahora, aquel texto parece más de actualidad que nunca. La nueva ciudad inteligente, la que viven y construyen los smart citizens, será la que consiga alinear los nuevos horizontes tecnológicos con los de sostenibilidad futura a escala local y global.
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