Miguel Ángel Malo
Profesor de Economía en la Universidad de Salamanca
En los últimos años estamos viviendo la aplicación de la inteligencia artificial a diferentes ámbitos que está transformando las ocupaciones que desempeñamos. En el pasado, la tecnología permitió realizar de manera industrial la antigua producción artesanal, dividiéndola en tareas simples que se coordinaban en una línea de producción. Ahora, los nuevos avances tecnológicos están fragmentando las tareas que hasta ahora formaban parte de una ocupación que desempeñaba una persona dentro de la empresa. No se trata de la subcontratación a otra empresa de una parte del proceso productivo, sino de la división de las tareas que componen una ocupación, creando nuevas ocupaciones de subgrupos de tareas ya existentes. Como resultado, el lugar de trabajo se fragmenta, se fisura. Los vehículos de esta fragmentación de las ocupaciones son las plataformas digitales (muchas de las cuales están basadas en diferentes usos de inteligencia artificial), las cuales permiten extraer del centro de trabajo ciertos subconjuntos de tareas que encuentran un oferente a través de plataformas especializadas.
Las plataformas digitales son de muy diferentes tipos. Las plataformas de crowdwork son las que mejor encajan en el desarrollo de microtareas, pero también existen las que proporcionan trabajo bajo demanda a través de aplicaciones, las cuales se encargan de garantizar ciertos estándares mínimos aparte de emparejar oferentes y demandantes. A la vez, hay plataformas que desarrollan su tarea totalmente a través de internet y, por tanto, se pueden desarrollar casi desde cualquier lugar (como sucede, por ejemplo, con determinados tipos de trabajo administrativo), mientras que otras se afianzan mucho más en las economías locales, ya que son el cauce para prestar algún tipo de servicio en persona (por ejemplo, el reparto de mercancías o el transporte de viajeros).
El fenómeno de las plataformas está todavía en sus inicios y los datos disponibles sobre su relevancia en términos de empleo aún son escasos. En el caso del crowdwork de ámbito internacional, Amazon Mechanical Turk aglutina a medio millón de trabajadores, Crowdflower a 5 millones, Crowdsource a 8 millones y Clickworker a 0,7 millones. A primera vista, estas cifras parecen elevadas, pero resulta difícil conocer la extensión de estas nuevas formas de empleo en cada país. Para Estados Unidos, se estima que los trabajadores que proporcionan servicios a través de intermediarios en línea supusieron el 0,5 por cien de todos los trabajadores en 2015. En el caso de la Unión Europea, se estima que había a finales de 2015, 65.000 conductores Uber activos y unos 100.000 trabajadores activos en toda la economía colaborativa en la Unión Europea, lo cual supone un 0,05 por cien del total de trabajadores.
No obstante, si la preocupación detrás de la automatización es la destrucción de empleo, en el caso de las plataformas la mayor preocupación se centra en la calidad del empleo y en la protección social. El empleo a través de plataformas parece quedar en una tierra de nadie entre el empleo por cuenta propia y el empleo por cuenta ajena. En ocasiones se dice que estos cambios están dando lugar a nuevas formas de empleo, porque no encajan bien en los moldes existentes. Seguramente, la forma jurídica más habitual está siendo hoy en día la del trabajador autónomo. En este sentido, la persona participa o no en las plataformas (una o varias) aceptando o rechazando la cantidad y tipo de trabajo que desea.
Aunque existen iniciativas como plataformas cooperativas y plataformas que son apenas intermediarios que emparejan oferentes y demandantes, la relación que muchas plataformas desarrollan con quienes trabajan con ellas es de una elevada dependencia. Esta dependencia se establece por la vía de los hechos, a través del darwinismo de los datos, o, dicho con otras palabras, a través de la importancia de las evaluaciones, codificadas en forma de datos, tanto de la plataforma como de los usuarios de la misma. Los datos se generan con la propia actividad del trabajador y con las valoraciones de los usuarios, de manera que buenas evaluaciones facilitan acceso a más y mejores oportunidades de futuras asignaciones de empleo, pero rechazar la realización de un servicio (muchas veces sin que importe la razón) suele conllevar una bajada del rating y, por tanto, menos y peores asignaciones. Así pues, la relación entre el trabajador y la plataforma supone seguir las reglas de funcionamiento de la plataforma de un modo que recuerda a la jerarquía que se mantiene en las relaciones de trabajo por cuenta ajena. Por tanto, su relación laboral se acaba pareciendo bastante a lo que en España se denomina autónomo dependiente, es decir, autónomos que desarrollan la mayor parte de su carga de trabajo con un solo cliente (aquí, una plataforma) y que tienen un bajo grado de control sobre su tiempo de trabajo, las condiciones de realización del trabajo y el contenido de su trabajo.
Estos autónomos dependientes que generan las plataformas corren un peligro cierto de quedar desprotegidos, pues no pueden avanzar en la proyección de su negocio como podría hacer un verdadero autónomo, pero tampoco tienen acceso a la cobertura de riesgos de los asalariados. Si no se hace nada, estas nuevas formas de empleo bien podrían terminar parasitando las relaciones laborales más o menos tradicionales (como el tiempo parcial), en las cuales se obtendría la protección y cobertura ante situaciones de enfermedad, desempleo, vejez, etc., quedando las nuevas formas de empleo como complementos, al modo en que en ocasiones sucede con el empleo en el servicio doméstico.
Debemos pensar qué cauces damos a estas nuevas formas de empleo. Si no lo hacemos, nos encontraremos con nuevas formas de precariedad sin que hayamos resuelto las que venimos conociendo a través de formas de empleo no estándar, como, por ejemplo, la precariedad creada por el uso generalizado de los contratos temporales en España. Esa reflexión sobre el empleo, las plataformas y la economía colaborativa, debería abrirse a nuevas posibilidades de cobertura de riesgos, como que una protección social basada totalmente hacia la protección de las personas y no de los puestos de trabajo. En cualquier caso, la nueva regulación deberá incorporar la lógica de estas nuevas formas de empleo, abriéndose, por ejemplo, a nuevos derechos. Así, para que el darwinismo de datos juegue a favor de los trabajadores de las plataformas, éstos deberían tener derecho a la portabilidad de sus datos, ser dueños de sus datos y no perder sus historiales de desempeño y calidad cuando se mueven de una plataforma a otra.
En definitiva, quienes trabajen a través de plataformas van a enfrentarse a un proceso de recreación de los principios y derechos fundamentales en el trabajo. Sin embargo, sería un error ver exclusivamente estas nuevas formas de empleo como peligros creados por un cambio tecnológico imparable. También suponen la creación de nuevas oportunidades de trabajo para personas que viven en zonas donde no hay otras opciones disponibles, como en regiones remotas tanto de países desarrollados como en desarrollo. En este sentido, las plataformas rompen las barreras de las fronteras nacionales, que son las que vienen definiendo desde la revolución industrial el ámbito de aplicación de las leyes laborales; por tanto, las iniciativas de organismos mundiales –como la Organización Internacional del Trabajo– serán cruciales para desarrollar la protección de estos trabajadores. Por otro lado, pueden también cerrar la puerta a ciertos comportamientos discriminatorios en la contratación, pues, en cierto modo, ciertas plataformas despersonalizan el trabajo, no se identifica quién hace el trabajo y es más difícil la discriminación por sexo, étnica, etc. El empleo a través de plataformas es una realidad cada vez más compleja que da lugar tanto a multitud de riesgos como a nuevas oportunidades.
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